Novio de Papel: 2. Ian
- Ian:
El
mundo se detuvo delante de sus narices, fue un mínimo segundo pero
lo suficiente para sentir un escalofrío que le recorría toda la
columna, y después de desaparecer aún una extraña sensación le
cubría el cuerpo. Tenía miedo de seguir caminando y darse cuenta
que el lugar donde había crecido se estaba convirtiendo en otra
cosa, y sobre todo algo totalmente abrumante. Después lo del sueño
tan raro y la desaparición de su dibujo, no estaba segura que
esperar de todo. Jamás se había considerado una persona
superticiosa o que rezara a entes inexistentes, pero por primera vez
en sus veinticinco años comenzó a pensar que las cosas espirituales
y raras, si que podían existir.
Comenzó
a caminar para ir a la oficina cuando la paranoia de que el mundo
estaba raro, fue totalmente real. No muy lejos de donde se
encontraba, un hombre con los ojos más claros y tranquilizantes le
atravesaron el corazón. Ya después de haberle visto y pasado, se
paró para mirar atrás y ver como aquel hombre alto, fuerte y de un
oscuro cabello negro le sonreía con increíble sonrisa. Sabía que
esa mirada le sonaba, al igual que todo lo que parecía rodearle,
pero no estaba segura de que era.
Tenía
la mano apoyada a su mejilla mientras no separaba sus ojos de aquel
fantástico hombre; su sonrisa torcida, los ojos más sinceros y
puros que jamás había visto, el cabello negro y la barba de pocos
días, hacían de él un ángel caído del cielo. Parecía el típico
hombre que hacía de malo, cuando era totalmente un sol de persona.
Por lo menos eso era la sensación que ella tenía de el... Aún con
el codo encima del escritorio y la cabeza torcida le miraba. No podía
entender que una criatura así estuviera en su oficina, compartiendo
la misma impresora, folios y al mismo jefe estúpido. Había
descubierto por Candice, que era Ian Somerhalder, el nuevo diseñador
de la revista. Según ella, vivía muy cerca del centro de la ciudad
y que no tenía familia, por lo que se encontraba totalmente solo. A
pesar de que era un hombre totalmente atractivo, soltero y totalmente
alcanzable, Candice pareció no interesarle en absoluto, más bien la
empujaba con la cadera para que fuera hablar con el e integrarlo en
la empresa, aunque ella era la de recursos humanos.
- ¿Puedo preguntarte algo?- escuchó su voz con resonancia en su cabeza.
- ¿Eh? ¡Claro!- respondió como cinco minutos después que el le hablara- ¿Qué necesitas?
- Me han dicho que la cafetería esta en la segunda planta... ¿es eso cierto?- la miró totalmente serio, como si el hecho de que una cafetería pudiera existir fuera algo de vida o muerte.
- Bueno... hasta ayer si que había. ¿Por qué?- murmuro cohibida por la intensidad de su mirada.
- Entonces, ¿puedo invitarte a un café?
Esa
fue la primera conversación que tuvieron de muchas más. Ian era una
especie de hombre difícil de olvidar, e incluso de entender. Era el
típico hombre que parecía demasiado perfecto para ser real. A cada
día que pasaba, intentaba encontrar algo que dijera que estaba mal,
o que tramaba algo, pero nada. No tenía nada que pudiera criticarle.
Bueno, una si... haberla enamorado sin darle tiempo a reaccionar.
Vivía
en su mundo de fantasías constantemente, no babeaba porque las
necesitaba para poder hablar, pero por todo lo demás, le daba igual
incluso perder la cabeza, porque en cierto modo sabía que él la
iría a buscar por ella y con ternura se la colocaría sobre los
hombros. ¿De dónde había salido ese hombre?¿Por qué justamente
había aparecido en ese momento? Y preguntas semejantes se le
cruzaban por la cabeza cada vez que paseaban, cogidos de la mano o
cuando le besaba con dulzura y le hacía el amor de tantas maneras,
que jamás pudo imaginar. Estaba en el paraíso y no quería
despertar...
- ¿Crees en el destino?- preguntó mientras revolvía un café algo amargo.
- ¿En el destino?- Sam levantó la cabeza de su chocolate y miró a su hermana sin comprender- ¿A que viene esa pregunta? Sabes que soy una romántica, y conoces a la perfección mi respuesta.
- No, no me vale lo que el destino quería que tu y Matthew acabarais juntos...- negó sin dejar de remover su bebida caliente- tu lo ataste a tu muñeca y decidiste casarte con el...
- Fue acuerdo mutuo...-corrigió- Pero... ¿A qué viene eso?¿No estás tan bien con tu novio?
Si,
pero ese es el problema. Pensó
para ella y bebió el café de golpe. Quería hablar con alguien un
poco más serio, pero sabía que la persona más sería era su
hermana, aunque ahora viviera en estres por culpa de la boda. Suspiró
y regresó a su casa y al verlo sentado en su sofá, con el cabello
revuelto y la camisa medio abierta, todos los problemas se le
escaparon de la cabeza. Arrastró los pies hasta sentarse en su
regazo y besarlo, acaricio todo su cuerpo y buscó algo que le dijera
que era irreal, que tenía un tumor en la cabeza que le hacía ver
ilusiones, o algo que le despertara de aquella hermosa fantasía.
Quizás estaba tan asustada que todo le fuera bien, que ella misma
quería destrozarlo todo. Cuando llegó a su cadera, Ian le sujetó
de las manos y las beso...
- Te quiero...-le susurró al oído y acto seguido le hizo el amor.
Esa
noche lloró de tal manera, que sabía que no podría ir a la
oficina. Efectivamente, cuando se levantó tenía los ojos hinchados
y totalmente rojos, pero ese detalle pareció no importarle a Ian.
Sonreía con frescura mientras sujetaba una bandeja con zumo de
naranja, tortitas con mermelada y mantequilla y un hermoso iris en un
pequeño florero. Sonrió de forma tonta y desayunó sintiéndose
culpable. ¿Por qué temía a la perfección?¿Por qué no podía
simplemente disfrutarlo?
Cuando
comenzaba a disfrutarlo, cuando el miedo simplemente había
desaparecido algo comenzó a no marchar bien, y no precisamente por
él o por ella. Parecía que el mismo mundo, que meses atrás había
comenzado a actuar de forma extraña, volviera a querer funcionar
bien. Aunque esa era su sensación, sentía que todo podía cambiar,
pero ella seguiría inmune como siempre había sido. Pero la
inmunidad tenía unos defectos... cuando te dabas cuenta que tenías
inmunidad, ésta simplemente desaparecía.
La
boda de su hermana al final llegó; llevaba a su perfecto novio y un
hermoso vestido de color carmín, palabra de honor y una pequeño
decorado de perlas pequeñas debajo de los pechos. El vestía con un
traje de color gris, una corbata negra y el cabello peinado para
atrás. Cuando las demás invitas lo vieron y susurraron cosas, Nina
se sintió totalmente satisfecha. Jamás en los eventos familiares
era el centro de atención para bien, siempre había oído críticas
o reproches, pero esa noche brillaba incluso más que la novia. La
ceremonia comenzó y en el banquete después del si quiero,
comprendió que su perfecto novio tenía un defecto...
- ¿Qué te ocurre?- le preguntó al verlo inquieto.
- El agua...
Al
principio no comprendía lo que le decía, pero cuando vio como
llovía supuso que le daba miedo conducir lloviendo, o que temía por
que todo se estropeara. Quizás en ese entonces debía haber
entendido algo o simplemente preocuparse, pero sentía que ese día
brillaba y no quería que una suposición acabara con su felicidad.
Cuando
anocheció totalmente y la lluvia seguía cayendo, comprendió que el
problema con el agua era algo más serio. Buscó ella el coche y lo
recogió muy cerca del techo, pero eso no evitó que unas gotas le
cayeran en el hombro. Escuchó un leve gemido salir de sus labios
cuando el agua impactó contra el, pero simplemente sonrió y rió.
Llegaron a la casa y entre besos y caricias le quitó la camisa. En
vez de tener su magnífico cuerpo éste, tenía una especie de
quemada en los hombros, mismo lugar donde le había caído el agua...
- Estoy bien...- le tranquilizó entre besos y caricias, haciéndole olvidar todo aquella noche.
Se
despertó de madrugada, con una extraña inquietud en el cuerpo, giró
para encontrarse con su amado y sus quemadas en los hombros, a lo
largo de la noche éstas se habían extendido hasta los homoplatos...
algo no iba bien, y en cierto modo sentía que ella tenía la culpa.
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