Menos que palabras: Último capítulo.

    12. Repetición:
Solía imaginarse su cerebro como un lienzo en blanco, que cubría toda una habitación, mientras que los recuerdos que iba teniendo se transformaban en fotografías que iba pegando en la pared, a medida que iban aumentando éstos, la habitación aumentaba su espacio y el lienzo se volvía más grande. Por lo que al terminar el primer año viviendo en Hokkaído sus recuerdos cubrían más de cinco habitaciones, y todas llenos de recuerdos. Algunos quizás más tristes que otros, pero a fin de cuenta eran recuerdos que quería conservar... Entre tantas habitaciones, tan sólo había una dedicada a el. Aunque le hubiera gustado abrir otra, las fotos colgadas eran escasas, pero cada una de ellas tenía una gran dosis de emociones y sentimientos... sonreía mentalmente cada día que salía de su pequeño apartamento e iba a su trabajo.


El calor era abrasador, el sol pegaba con fuerza desde lo alto del cielo y todas las personas que circulaban por la calle, parecían tener especial prisa, mucho más que la que podía tener ella. Intentó no tropezar con según quien, y al llegar a su oficina sintió el aire acondicionado sobre su rostro y suspiró. Odiaba el verano, y más tener que llevar tanta ropa encima. No entendía como los hombres podían vivir así. Suspiró y saludó a unos cuantos compañeros, que le respondían con un leve asentimiento de la cabeza. Ese día todos parecían especialmente molestos, y más con ella, aunque con su habitual cortesía y respeto. Al llegar a su mesa, con su austera decoración recibió una llamada del jefe...

  • ¿Desea hablarme?- dijo entrando al despacho, haciendo la pertinente reverencia y esperando que le ofreciera asiento.
  • Estamos muy contentos contigo Carel... - explicó un hombre de edad avanzada, con más calva que pelo- y por eso, hemos decidido ascenderte.

La explicación del jefe aún seguía resonando en su cabeza a medida que el día iba pasando, y ella iba consiguiendo cajas y guardando sus pertinencias. En cierto modo no sabía como sentirse, puesto que había superado un terrible año emocional, pero laboralmente perfecto. Su posición como mejor empleado y además persona respetuosa y extranjero, le había sumado puntos para que la enviaran a Tokio, donde se encontraba la sede principla de la empresa. Aunque su cerebro lo entendía, necesitaba decirlo en voz alta y se lo explicaba a su gato, que bostezaba peresoso. Sentada en el suelo y aún algo desconcertada encendió la televisión, y apareció Taisuke, haciendo una entrevista y hablando del nuevo cd's que había sacado con sus compañeros y explicando de que iba la canción... Aunque tenía especial interés en esa noticia, el repentino cambio de su vida, no le hacía ser tan consciente como quería sentirse, por lo que algo extrañada apagó la televisión.

Tokio, la ciudad de ensueño de todo fan de la cultura japonesa. A pesar de que llevaba más de un mes viviendo ahí, no podía habiturarse a tanta energía y fuerza. Realmente de su vida en Hokkaido y la que tenía ahí, no era muy diferente. Quizás si que había algo que lo hacía aún más diferente, que ahí sabía que podría encontrarse con Taisuke... pero tenía la sensación que ella debía quedarse quieta, después de todo siempre había ido así...
Nuevamente su habitación de recuerdos comenzó a crecer, abriendose más habitaciónes, pero aunque era feliz y con el presentimiento de que estaba más cerca de él, aun había un capítulo de su vida que era erróneo. Quizás se jugaba un poco todo, pero sabía que eternamente no podía seguir...

Aún después de cuatro horas la mano le seguía quemando. Jamás había redactado una renuncia, y mucho menos explicado de una forma totalmente honesta y formal. Su jefe se la había tomado con bastante resignación, ya que había notado en ella algo diferente, principalmente su forma de vestir, que se había vuelto más femenina e incluso su forma de hablar, y aunque sonara feo, en esa empresa la homofobia estaba al orden del día. Así que no hubo mucho problema, más bien le había comentado de otras empresas que necesitaban traductores, por lo que se encontraba marchando ahí, con la carta de recomendación, redactada sin ningún nombre y especificación de género. Antes de entrar en el edificio se paró en una tienda, compró un vestido cómodo pero elegante, zapatos de tacón y algún que otro accesorio. Se cambió en un baño público y paseó tranquilamente por las calles de tokio.
Tuvo su primera entrevista como Kath Llinares, y no como Carel Llinares...
Apretó la mano con su jefe y supo que podía cerrar las puertas de esas habitaciones con llave y guardarlas en el baul de los recuerdos, para comenzar con habitaciones nuevas...


El se encontraba en su habitación, sentado escuchando algunos midis que su compañero había compuesto, debía esforzarse para encontrar alguna letra lo suficiente fuerte para causar miles de lágrimas. Se estiró y miró su mano sin anillo y sonrió, pensó con tristeza que le gustaría viajar a Hokkaido, y pasar un tiempo junto a Kath, pero sabía que eso tan sólo se quedaría en un simple deseo. No estaba en situación de salir de su casa, y mucho menos tontear con el amor, pero simplemente no podía esperar. Miró a las ventanas de su habitación y recordó como un año anterior la había conocido y como su vida había cambiado totalmente...
Estaba tan absorto en sus recuerdos que no escuchó cuando su móvil sonó, porque después de todo estaba recordando como la había llamado. No fue hasta que escuchó como los vecinos se quejaban por esa llamada a tan altas horas de la noche, por lo que se levantó y cogió el teléfono.

  • ¿Diga?
  • Ayúdame

Sintió como todos los músculos de su cuerpo se ponía tensos, y el corazón le latía a cien mil por hora. Escuchó la voz femenina medio asustada y le pidió que le diera instrucciones para poder ayudarla. Sin pensar mucho en lo que podía pasar por su salida noctura, cogió las llaves del coche y arrancó hasta el areopuerto.
La terminal estaba casi vacía, un grupo de personas durmiendo en el suelo, otras esperando a personas y apartada, apoyada sobre una columna un rostro familiar. Cuando esa persona le miró, dibujó una tierna y divertida sonrisa.

  • ¿Me ayudas?

Al verla parada, con ropa totalmente femenina una expresión risueña y sin ningún equipaje se sintió muy confundido, pero no pudo evitar abrazarla. Se alegró de que no hubieran periodistas ni que lo hubieran reconocido, pero realmente le daba igual...

  • Estoy aquí...- le susurró a Taisuke en el oído, como había hecho un año atrás.

Y así era. Ya había renunciado a muchas cosas anteriormente por el, pero jamás se había arriesgado a lo que siempre había deseado hacer...
Quizás era una aventura un poco complicada, pero después de todo había sido bautizada con el don de la irracionalidad... ¿Qué mal podía pasar?


FIN

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