First Sin: 8.Boda

8. Boda:
La mesa de la sala estaba repleta de revistas, la habitación ocupada por un ostentoso vestido blanco y la cocina llena de pequeños platos con diferentes trozos de tartas. Sabía que debía ponerse a organizar todas las cosas, en un par de horas vendrían a casa un grupo de mujeres selectas para brindarles su opinión sobre todo eso. Pero ella, estaba sentada en el pequeño balcón de su casa, observando el cielo que comenzaba a oscurecen y con su gato en el regazo. No tenía ganas de ser el centro de atención, no quería ponerse un vestido de boda y fingir que estaba emocionada por casarse. En toda su vida, el concepto de matrimonio siempre había sido algo ajeno a ella. No tenía más que el concepto legal, pero la parte más romántica de ella, le obligaba a pensar que, una boda era por amor. Un amor que durante casi un año se había obligado a tener. Creía que con el tiempo adoraría a Mark, que con el tiempo podría dormir entre sus brazos y cerrar los ojos tranquila. Pero había pasado un largo y lento año y seguía sin dormir bien por las noches.

-       Cielo, ¿estás bien?-  ella gira la cara para encontrarse el rostro algo preocupado de su prometido.- Pensé que te encargarías de todo…- movió un hombro para señalar el desastre de su casa.
-       Sí, me estoy encargando desde aquí…-bromeo dibujando una sonrisa en su rostro.

Mark sonrió y le dio un beso en la coronilla de la cabeza, se despidió del gato y salió de la casa. Esa noche tenía guardia, precisamente por eso el club de las marujas se había reunido para apoyarla en su nueva vida. Sería una mujer casada, tendría un anillo de oro rodeándole el dedo anular y ya no podría mirar a otros hombres con segundas intenciones. Todo eso se había acabado. Suspiro y se acurrucó en el sofá.
El aire frío trajo consigo un aroma a café y a tabaco. Su cabeza automáticamente giró hasta encontrarse a James, al otro lado de su balcón. Su expresión era triste, cansada y la barba que le crecía en la cara comenzaba a anidar pequeños insectos. Un silencio incómodo se formó entre los dos cuando sus miradas se encontraron…

-       Buenas noches, señora Doughal.- sin más James entró en la casa, dejando el cigarro en el cenicero y la taza de café fuera.

Un nudo en el estómago se le formó e intento forzarse en pensar que hacía lo correcto. Todo había cambiado. Nada era igual que antes, y todo porque James no le había dicho la única palabra que ella necesitaba oír.

La pequeña habitación de la Iglesia se le antojaba incómoda. No sabía si ella ocupaba más con su enorme y pomposo vestido, o era simplemente la presión de lo que estaba a punto de ocurrir.
Se observó una vez más al espejo, con un nudo en la garganta y no se reconoció en el reflejo: Una chica muy pálida, con las mejillas artificialmente coloradas, unos ojos sin expresión y un vestido blanco, esponjoso cubriendo un cuerpo casi en hueso. Podía mentirle a la gente, podía mentir diciendo que su cambio físico se debía al estrés de la boda, al estrés del trabajo e incluso, al estrés de una nueva vida, pero esas mentiras solo eran para esas personas que no la conocían. Ella sabía que mentía, que a cada hora que iba pasando su gran embuste se convertiría en un gran desastre. Debía tener fuerzas, abandonar esa ropa y huir lejos. Debía haber hecho lo que tiempo atrás James le había ofrecido… pero su orgullo, su corazón y toda ella estaba herida.

-       Aún estás a tiempo…- susurró una voz a su lado.

Dylan vestido con un traje gris, se encontraba apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y con expresión tan casada como triste. Aquel viejo, se había recuperado durante todo un horrible año. Le habían dado el alta y podía volver a tener una vida normal, pero el lazo que les había unido les impedía separarse. Al final el viejo Dylan terminó trabajando en el hospital, como conserje e intentando hacerle entrar en razón.

-       No puedo hacerle eso…- dijo en un hilo de voz.
-       ¿A quién? ¿A Mark o a James?

Un silencio incómodo se formó entre los dos, dejando que la marcha nupcial comenzara a resonar por la habitación. Era la hora. No había marcha atrás. Tomó una gran bocanada de aire, sujetó su vestido y salió de la habitación sin mirar atrás. Sabía que Dylan tenía razón, ese viejo enfermo siempre la tenía y ella nunca le había hecho caso, pero ahora era muy tarde para todo…

-       Nunca es tarde para cometer otro error…

Dejó caer antes de que ella cruzara el umbral que le mostraría ante todos los invitados y un emocionado Mark. En el final del altar se encontraba él, acompañado de Michelle sonriente y con una gran barriga de embarazada. A pesar de que sabía que la criatura que llevaba en su vientre no era de James, le dolió verlo a él junto a ella. Cerró los puños y comenzó a caminar mientras una ola de recuerdos le iban azotando…

La puerta de mi antiguo apartamento está abierta. Algo raro. Desde que me había mudado a un piso más arriba, me había esforzado en dejar todo bien cerrado por si robaban. Entre y entre los muebles sucios, el olor a cerrado diferencio su aroma. James esta sentado en una esquina de la vacía sala, sujetando dos tazas de café humeante y esperándome…

-       No te cases…- me pide en un hilo de voz.- Quédate conmigo…
-       Le prometiste a Michelle que estarías en el embarazo con ella…- susurro sentándome a su lado, intentando no rozarle no querer estar a su lado.
-       Le prometí que estaría con ella, porque me sentía culpable… no porque quiera formar una familia.

Sus palabras son heladas, llenas de rencor y en cierto modo de anhelo. Días atrás James me confesó que le pidió el divorcio a Michelle, que aunque no pudiera estar conmigo, su matrimonio había fracasado y que no podía seguir con una mentira. Sus palabras me dieron esperanzas, pensé que quizás podría echar atrás todo lo mío y estar con él, pero después le soltó lo del embarazo. No era suyo, había sido un amante. Otro hombre, pero simplemente no podía dejarla sola.

-       Una promesa es una promesa…- le recuerdo con dolor.
-       Entonces… ¿tú seguirás con tu promesa?

Despertó cuando estaba delante de su prometido. Lucia radiante, con su esmoquin negro y una sonrisa que le cruzaba la cara de lado a lado. Todos los presentes estaban emocionados, cuchicheando y haciendo hipótesis de cómo serían sus hijos, pero en su cabeza sólo tenía una cosa. “Una promesa es una promesa” pero ¿cuál de las dos era válida? La promesa del primer amor… o la promesa de un amor por capricho.


El cura comenzó a hablar, ella sintió como las manos de Mark se cerraban en torno las suyas y como la presión del gran momento iba comenzando. No quiso apartar la cara del cura, pero el aroma de café y tabaco le volvió a golpear. Desvió la mirada para encontrarse con los ojos tristes de James y comprendió que una promesa era importante, pero vivir en una mentira era ensuciar una promesa…

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