Perversión: Capítulo 3
Aviso: Contiene vocabulario explícito.
Capítulo
3:
Aún
estaba acostada en la cama, con el cuerpo perlado de gotas de sudor y
con la respiración agitada. Todavía tenía los restos de él en su
interior, se imaginaba como goteaba desde lo más hondo, dejando
pequeñas heridas allá donde tocara. Más de una vez, había querido
cerrar las piernas y contener hasta la última esencia de él, pero
hacer eso ya suponía entrar a un terreno de juego que no quería.
Siguió con las piernas tan abiertas, que podía sentir como el aire
frío entraba por su vagina y congelaba los restos de semen de dentro
de ella, al igual como su piel se erizaba y no precisamente por sus
caricias. Espero pacientemente hasta que sus músculos no tiraran
para levantarse. Estiró la mano a oscuras y encendió la pequeña
luz de la mesa de noche. La habitación se iluminó. Nunca había
sido especialmente romántica, pero con él, había despertado su
vena más ingenua y clásica. A veces, soñaba que en sus encuentros
la llevara a un bonito hotel, que le atara con cuerdas rojas y le
tapara los ojos con su corbata preferida, que le susurrara al oído
palabras de amor y besara cada uno de sus labios con ternura y amor.
Que la tratara como una princesa, como una mujer digna de él, pero
eso estaba muy lejos de la realidad. Sabía que era un juguete. Su
juguete. Lo aceptó el primer día que lo vio y se entregó a él. Al
principio pensó que fue una conexión mágica, como las novelas que
solía leer, pero al cuarto o quinto encuentro, dónde él no hablaba
y sólo la follaba de forma arisca comprendió que había entregado
su corazón a la persona equivocada. Y no lo había hecho a ciegas,
porque nunca le prometió amor ni chocolates. Le prometía sexo y
diversión. Y ella había aceptado. ¿Dónde estaba su dignidad?
¡Ah! Ahí. Dice
mirando sus bragas tiradas en el suelo, rotas por los costados y con
pequeñas manchas en el interior. Rió con amargura y se aovillo
entre sus rodillas. Debía cerrar la página de ese capítulo y
comenzar a recoger y pegar su dignidad. No podía presentarse en casa
de su familia con la autoestima destrozada. Era una cardiocirujana de
nombre, con bastante créditos y unas credenciales que valían oro.
Era el orgullo de la familia, siempre y cuando no supieran que había
entregado su alma y virginidad a un hombre casado y además, un Amo.
¿Qué pensarían de ella? Rió con amargura mientras lloraba
escandalosamente. Se alegró de que ese hotel cutre y de mala
calidad, tuviera unas paredes a prueba de gritos. Nunca se había
preguntado con que intención lo habían hecho así, pero cuando
salió ese día y se encontró a una pareja mirándose lujuriosamente
lo entendió todo. No era una casa de putas, era una casa de Amos. Y
en ese juego, ella era la Sumisa.
Odiaba
las navidades como trabajadora. Había terminado deduciendo que la
gente era una hipócrita. Y ella la que más. Fingía ser distante,
fría y sin sentimientos dentro del hospital, pero cuando él la
ataba y la fustigaba dejaba de ser fría y se entregaba hasta la
última gota.
Sabía
que esa parte de ella jamás debería salir de esa habitación, no
sólo por su orgullo sino también por la imagen que tenían de ella.
Debía seguir siendo Alexandra, la fría. Y no Alex, como le
susurraba Markus cuando llegaba al orgasmo entre sus piernas. Tembló
al recordar sus dedos largos y finos abriéndose entre lo más hondo
de ella. Gimió al sentirse mojada. ¿Cómo ese cretino podía tener
tanto poder en ella? Frunció el ceño y juntó las piernas, apoyada
en el parking de la entrada de urgencias y encendió un cigarro. No
podía dejar que su parte más pervertida la dominara en el trabajo,
ya al llegar a casa cogería a Fabian, lo pondría en la máxima
potencia y se daría el homenaje del siglo. Ya no iba a recurrir al
cortejo, se quedaría con Fabian y sería feliz.
- Sí, así seré feliz.- dijo con aplomo mientras le daba una calada a su cigarro.
- ¿Así será feliz?¿Cómo?
Preguntó
una voz a su lado. Por muy fuerte que estuviera el tabaco, el olor a
macho de Markus le abofeteó en la cara y sintió que su fuerza de
voluntad se transformó en un inofensivo corderito. ¿Qué hacía él
ahí? Más bien, ¿por qué le hablaba?
- Me estás hablando.- dijo aturdida, él curvo una divertida sonrisa le sujetó de la muñeca donde tenía el cigarro y la besó.
- Puedo hacer más cosas...- le susurró al oído mientras pasaba su nariz por su cuello y clavícula.
Sin
más le guiñó el ojo y entró a urgencias. Antes de desaparecer por
las puertas le miró mientras que con su cuerpo le invitaba a cometer
otra locura más. No se consideraba una mujer pervertida en el
hospital. Odiaba a sus compañeros cuando se revolcaban en los cuarto
de descanso. Más de una vez se encontró restos de semen o condones
entre las sábanas, y odiaba sobre todo, el olor a sexo. Y más
cuando detectaba entre ellos el de Markus.
Su
espalda se separó instintivamente de la pared, pero antes de entrar
se quedó helada, sintiéndose observada por las enfermeras curiosas
y sus compañeros de guardia. En ese momento se preguntó si valdría
atravesar todo para yacer una noche más, si valdría una vez más
recomponer su alma para volver a fingir indiferencia. Más bien,
Markus los valía.
Se
quedo quieta, caliente y chorreando y por primera vez en su vida
entendió que no.
Ésta
vez, Markus no ganaría.
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