Perdón: Cinco
Cinco:
El
teléfono sonaba sobre su escritorio. Tenía la cabeza oculta bajo la
almohada, mientras cerraba sus puños con fuerza sobre las sábanas.
No quería atender a la llamada, no tenía fuerzas de escuchar
ninguna excusa. Porque estaba segura que eso era lo que él le iba a
decir. Entre lágrimas se intentaba consolar diciendo que debía
haberlo supuesto, que era cuestión de días que su historia de amor
se quebrase en pequeños fragmentos. Pero no, ella confiaba en él ¿y
de qué le sirvió? Sorbió por la nariz antes de levantarse, coger
el móvil y apagarlo. Ya tendría que enfrentarse a él por la noche.
Pero él no apareció. Ni ese día ni al siguiente. Una larga semana
con su ausencia y con el teléfono desconectado. Más de una vez
tenía miedo de que le hubiera ocurrido algo, otras tan sólo se
consolaba diciendo que pondría excusas, otras veces tan sólo
observaba el cacharro con la mirada fija, esperando que éste se
encendiera solo. Pero nada. Nunca pasaba nada.
Los
pantalones le comenzaba a ir grandes. Se maldijo y buscó una correa
dentro de su armario. No necesitaba que Thomas le comentara que había
perdido peso. Lo sabía. Y no por que no comiera, porque se hinchaba
a comer helado y comida basura mirando la tele. Simplemente perdía
peso, como si fuera una barca agujeriada. Encontró el cinturón y se
lo puso, arregló su cabello y bajó dispuesta a trabajar con la
mejor sonrisa que pudiera. Al encontrarse con el local repleto, lo
buscó pero tan sólo encontró a su hermano con su prometida. Éstos
al verla le pidieron que se acercara, ninguno de los dos parecía
especialmente preocupados o molestos, por lo que dedujo que a
Nicholas no le había pasado nada. Suspiró aliviada interiormente.
Les saludó como solía y sacó la libreta para apuntar su pedido,
pero el hermano levantó la mano y negó, al igual que hacía la
mujer. Ambos se quedaron callados un poco incómodos, hasta que la
chica abrió la boca y habló.
- ¿Te llegó la invitación?- ante toda respuesta ella dio un pequeño salto. La mujer sonrió complacida y obvió ese detalle, por lo que sin quitar la sonrisa continuó.- Queremos que seas la que cante durante la ceremonia. Los Bomer te pagarán muy bien y además podrás hacerte conocer. Es una oportunidad única. No faltes. ¿Vale?
Sin
decir nada se giró y comenzó a hablar con su prometido. Emily se
quedó helada, mirando a la nada y procesando la información que esa
mujer le acababa de dar. Intentaba encajar los fragmentos de las
frases y buscarle algún sentido para aliviar su corazón. Pero
parecía que nada le otorgaba el alivio que buscaba. Se mordió el
labio para despertarse, volvió a saludar a los clientes y siguió su
trabajo. No necesitaba analizar más cosas, no necesitaba encontrar
esperanzas en personas que no conocían su historia. Así que, con el
resto de corazón que le tocaba se propuso trabajar y asistir a esa
preciosa boda y que sería su propio funeral.
El
vestido que le habían enviado era tan elegante que se sentía como
un gatito mojado. Era largo de color pastel, palabra de honor y
ajustado hasta la cintura, después caía en una tela vaporosa con
pequeños decorados de telas que se ponían unas entre las otras. En
la caja donde venía la prenda, había un prendedor en forma de rosa,
por lo que se lo colocó en el lado derecho del pecho. Buscó unos
zapatos bajos con un poco de tacón, color negro y por último se
recogió el cabello en un moño. Se miró al reflejo y escondió bajo
maquillaje las ojeras y pintó sus labios de un vivo color rojo.
Sonrió un par de veces y ensayó lo que le dirían a los novios.
Cada vez que pronunciaba “Enhorabuena, Nicholas” sentía
que sus huesos se quebraban poco a poco.
La
fiesta se celebraba en un hotel de cinco estrellas, éste tenía un
enorme jardín donde habían armado un pequeño escenario y
esparcidos por todo el espacio, unas mesas decoradas con manteles
blancos y lazos rosas. El recinto era una clara manifestación de
poder adquisitivo y ella, entre tanta opulencia se volvía a sentir
fuera de lugar. Intentaba sonreír a cada persona que le miraba e
intentó mantener una conversación fluida con los músicos que le
harían de acompañante. A pesar de que había estado ensayando por
su cuenta, era la primera vez que debía coordinar su voz con otros
músicos y éstos parecían tener mucha experiencia. Y otra vez, se
sentía flotando a la deriva. Más de una vez planeó una forma de
huir, pero sabía que sería hacerle un feo a los Bomer. Por mucho
que le doliera estar ahí, estaba como trabajadora y no como
invitada. Éstos estaban en otro nivel.
El
jardín se fue llenando de personas, tantas que prácticamente se le
había olvidado el dolor y tan sólo deseaba cantar y disfrutar de la
música. Se había olvidado de todo cuando una mujer alta, de cabello
cano y unos ojos verdes profundos se acercó a ella. Con voz aguda y
amable se presentó como Sarah Bomer, la madre del novio y la mujer
quien la contrató.
- Espero que estés lista, no queremos que nada salga mal.- le informó con una voz claramente dominante. Ella asintió sin emitir sonido.- Bien, por cierto ¿has pensado en algún bis?
Ante
esa pregunta se quedó blanca. No sólo por el hecho de que no había
imaginado que alguien le pudiera pedir otra canción, sino porque
detrás de Sarah, se acercaba Nicholas. Estaba más delgado de lo que
recordaba, pálido y ojeroso, sus ojos claros no demostraban ningún
sentimiento, excepto cuando la vio. A su vez ella apartó la mirada y
buscó algo interesante en el cesped. No quería hacerse ilusiones,
no cuando él iba a celebrar un falso matrimonio y ella debía alabar
su gozo.
- Mamá, no agobies a Emily.- le pidió él mientras abrazaba a la anciana y luego la miraba de arriba a abajo, evaluando su estado físico. Notó que descubrió que perdió peso, por la forma de fruncir el ceño cuando se detuvo en sus finos brazos.- Estás preciosa, Emily.- la alabó.
- Tú también estás muy atractivo, Nicholas.- contestó intentando que su voz no pareciera un gallo ebrio.
Sarah
durante unos segundos observó la escena y sin dar explicación se
alejó de ellos dos. Ninguno se percató de ello, por lo que
automáticamente dieron un paso para el otro, mirándose fijamente a
los ojos. Durante una fracción de segundo Emily pensó en
perdonarle, en aceptar cualquier estúpida mentira que él le iba a
decir, pero cuando conoció a la mujer decidió que su historia se
debía acabar. No sería más la amante. Aguantando el dolor, la
infelicidad y las ganas de llorar, sonrió con su alma y se despidió
de Nicholas. Era un adiós para siempre.
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