La Enfermedad del "Amor": Capítulo 3
Capítulo 3:
A los doce años no pude hacer nada.
Simplemente aceptar mi sino y seguir adelante. A los quince, no…
Estaba caminando distraída observando
las caritas arrugadas de los bebés, mientras dejaba que mis pies me
llevaran por toda la planta. Sabía que mi inconsciente me llevaría
hasta donde estaba él, lo tenía tan claro que prácticamente era
innecesario que enviara alguna orden a mi cerebro. Era tan fácil
como respirar. Cuando me detuve, lo tenía a unos cuantos pasos;
había crecido, tenía el cabello más gris de lo que recordaba, la
piel un poco más morena y una incipiente barba que asomaba por su
barbilla y mejillas. Contuve el aire cuando sus ojos verdes se
posaron en mi. Por primera vez en años, me arrepentí de no haberme
arreglado para ir al instituto. Llevaba unos vaqueros negros, con una
camisa media manga de color naranja y el cabello desordenado. No era
una belleza para nadie. Ni para mi gato. Quería ordenar el desorden
de mi cabeza, pero tenía los brazos congelados al igual que todo mi
cuerpo. No podía dejar de mirarlo, y tan sólo quería que se
acercara a mi y me abrazara. Lo necesitaba como el aire. Comencé a
respirar entrecortadamente, las piernas me temblaban y mi corazón se
ralentizaba. Estaba apunto de desmayarme y se lo dije.
Al abrir los ojos no estaba en una
habitación, tampoco en una sala de observación y mucho menos tirada
en el suelo. Debajo tenía un cómodo sofá, de color vino tinto y
sobre mi una chaqueta con olor a café y tabaco. Busqué a Jack hasta
que lo encontré. Estaba sentado en una silla de cuero negro, pasando
unas páginas y apuntando algo en una libreta. Sin decir nada sonreí
y disfruté de ese mágico momento. El corazón me seguía latiendo
con calma, tranquilo y feliz.
- ¿Como te sientes?- preguntó sin
mirarme. Dejó las hojas sobre la mesa, se levantó y sin pedirme
permiso se sentó a mi lado. Su mano fría me tocó la frente. Al
comprobar que tenía una temperatura normal suspiro tranquilo.- Pensé
que te morías.- confesó asustado.
- Siempre que me quieras, no me moriré.-
sonreí incorporándome del sofá.
Ese día comprendimos que no habría nada
sobre la faz de la tierra que pudiera separarnos. O al menos, eso
quería creer.
Las clases habían comenzado, volviendo a
la normalidad todo lo que ocurría durante la semana. Mis padres
estaban demasiado ocupados para prestarme atención, en clase seguía
teniendo calificaciones excelentes y mi corazón latía
estrepitosamente sobre mi pecho. Gozaba de salud, amistad y sobre
todo amor. Aunque Jack jamás lo confesara, algo que me dolía más
allá de lo inimaginable, pero era plenamente consciente que no lo
expresaba con palabras por la diferencia de edad. Yo seguía teniendo
quince y el veinticinco.
Como era habitual, salía del instituto y
corría hasta el hospital, donde él me esperaba en su oficina.
Íbamos a comer, nos pasábamos unas horas hablando y luego me
despachaba a mi casa para que hiciera mi vida de estudiante. Desde el
día que nos habíamos visto, no habíamos dejado de vernos. Y no
porque el lo hubiera querido. Cada día me presentaba en el hospital,
con dos tazas de café y poco dispuesta a irme sin que me prestara
atención. Al final, después de casi estar cuatro meses obligándole
mi presencia, dejó de rechazarme y aceptaba que pululara a su
alrededor.
A medida que iba pasando el tiempo y yo
me hacía adulta, nuestros sentimientos iban creciendo. Jack, ya no
podía negar que me quería. Su comportamiento era cada vez más de
novio que de amigo, ya no pasaba día sin verme o domingo sin salir a
pasear. Aunque no tuviéramos la etiqueta de pareja, lo éramos. El
hospital ya se había adaptado a mi presencia, incluso ya formaba
parte de ellos. No sólo como futura enfermera, sino también como
paciente. Las veces que Jack discutía conmigo, terminaba con una
insuficiencia respiratoria, el corazón se me paraba durante unos
segundos y el miedo a que no volviera a levantarme circulaba por toda
la habitación. Más de una vez, Jack y Sam me rogaban que se lo
explicara a mis padres, pero sabían tan bien como yo que eso jamás
iba a ocurrir. Los Daly era la familia más científica que ese
hospital había conocido. Sarah, mi madre, siempre creía en la
medicina encima de todo. Cualquier enfermedad, cualquier suceso
referente al cuerpo tenía una explicación y Marcos, mi padre, no
podía entender que alguien pudiera sufrir por otra persona. Si algo
así pasaba, perdía su respeto absoluto. Así dejé de ver
prácticamente a toda mi familia. Tenía un historial familiar de
depresión, ansiedad y suicidio por abandonos que prácticamente
aceptar que sufría por un hombre, era como despedirme de mi
apellido, por lo que esa opción estaba prácticamente vetada.
- Ache, tienes que decírselo… al menos
a tu madre.- solía rogarme Jack mientras sujetaba mi mano. Su ceño
fruncido intentaba calmar el punzante dolor de cabeza que sufría,
mientras una máquina conectada a mi pecho contaba los precarios
latidos de mi corazón.
La química de nuestros cuerpos estaban
unidas. Él sufría el daño psicológico de nuestras peleas, yo el
físico. No había explicación científica y lo único que podíamos
explicar era que nos queríamos. A los dieciséis Jack lo dijo por
primera vez.
- Te quiero, Hache.
Tenía la voz ahogada, mientras me
abrazaba con fuerza debajo una nevada y un frío que helaba a pesar
de las capaz de ropa que llevaba. Habíamos quedado como cada
domingo, y durante ese trayecto habíamos discutido. Como solía
ocurrir, mi corazón dejaba de latir y su cabeza comenzaba apretarle.
A pesar que los dos sabíamos lo que ocurría, no podíamos evitar
pelear. Nunca levantábamos la voz, nunca nos ignorábamos pero en
nuestro pensamientos siempre estaba esa palabra “terminar”
el simple hecho de imaginarme lejos de él hacía que toda mi salud
comenzara a decaer y terminaba siempre, conectada a una máquina o
con ayuda de una máscara de oxígeno. Los dos sabíamos que lo suyo
era alejarnos, separarnos y aprender a vivir con el dolor, como lo
habíamos estado haciendo durante años atrás, pero ya habíamos
probado del otro, y ya no había vuelta atrás.
- Yo también te quiero, Jota.- gimoteé
mientras me hundía en su pecho.
Esa confesión fue el inicio de un algo
más palpable, aún seguíamos sin etiquetas y manteníamos nuestra
relación a escondidas de mis padres y parte del hospital. Sam, era
el hermano mayor de Jack, y al igual que él cardiocirujano. Junto a
él y a Sophia, una psiquiatra amiga de ellos, comenzaron a
investigar nuestra “condición” ya que no podían llamarlo
“dolencia” porque por muchas pruebas que hicieran, nada parecía
salir en los resultados. Tan sólo, cuando uno se alejaba del otro
todo pasaba, y cuando regresaba parecía que nada hubiera pasado. Era
una enfermedad que no dejaba huella, pero que nos iba matando
lentamente. Y eso lo descubrí hace relativamente poco, a raíz del
accidente… un accidente que iba a marcar nuestras vidas en todos
los sentidos posibles. Iba a cambiarlo todo, y no precisamente para
bien.
¡Hola! Ya esperaba con ansias el capítulo. Mira que Ache es acosadora a más no poder XD Me ha gustado muchísimo y me has dejado picadísima con el siguiente capítulo. Ya temo por Jack DDDD:
ResponderEliminar¡Cuidate!
Bye!