La enfermedad del "amor": Capítulo 2

Capítulo 2:
A diferencia de lo que cree la gente, una persona no suele darse cuenta cuando se enamora. Y si nunca has sentido un sentimiento así, jamás sabes exactamente si lo estás o no. Puedes haber oído historia, experiencias e incluso haber leído un manual. Pero nunca, puedes tener plena convicción de ello hasta que lo sientes.
O por lo menos, eso quería creer yo. Acostada en la cama del hospital, sola con mis pensamientos y rodeada de máquinas que contaban los latidos de mi corazón y una aguja que atravesaba mi fino brazo, llegué a pensar que todo lo que me estaba ocurriendo era simplemente amor. Jack, era el causante de todas mis dolencias y aunque para mi era claro, parecía que para los licenciados y los adultos, era todo un galimatías. Siempre había sido una buena alumna, sacaba notas excelentes y desde bien pequeña había decidido cual sería mi profesión: quería ser enfermera. Era una realidad, y precisamente por eso, las clases de naturales y los programas médicos me volvían loca, por lo que podía saber desde mi ignorancia, lo que me ocurría: palpitaciones, agitación mental y sudoración puntual. Eran los síntomas del amor. Además había que agregar el dolor físico del corazón y la calma instantánea al ver a Jack. No tenían que ser muy inteligente para darse cuenta de que algo sentía por él, pero parecía que el mundo entero se negaba a ese diagnóstico.
Así en ese estado de malestar injusto, estuve hasta que mi pediatra decidió darme el alta y aconsejarme unas pastillas para tranquilizarme y mucha agua. Al final su diagnóstico totalmente incorrecto había sido: estrés. Algo que me parecía absurdo, pero después de que mi madre le explicara que mi padre estaba ingresado y que tenía los exámenes, esa era la explicación lógica de mi malestar. Como era menor de edad, no pude decir nada, por lo que como siempre hacía, obedecí.

- Estoy enamorada de ti. Eso es lo que me pasa. ¿Sabes?

Le dije unas horas antes de marcharme. Él me miro, acarició la cabeza y sonrió con una increíble dulzura que me lastimó más de lo que solía. Se agachó hasta quedarse a mi mismo nivel y me sujetó las manos. Las suyas estaban calientes y tenía un leve temblor. No sé si me dolió más que estuviera nervioso o que ese iba a ser el último día que nos veíamos.

- Tienes doce años, Hache.- me llamó con el apodo cariñoso que utilizaba para mi- no puedes estar enamorada. Eres muy joven.


Volvió a levantarse y antes de marcharse y dejarme sola me acarició la cabeza una vez más y salió. Cuando la puerta se cerró, sentí que el aire me comenzaba a faltar, que el corazón me ardía y que perdía fuerza en las piernas. No logré caer al suelo, porque segundo después llegaron mis padres con el doctor. Sabía que ellos harían de mi ataque una simple “pataleta” por lo que, aguantando todo lo que pude sonreí y salí del hospital con la mayor normalidad que pude.
En la puerta del hospital, mientras mis padres subían las maletas pude ver como Jack miraba por la ventana. En ese momento supe, que por mucho que el dijera que tenía doce años, él sabía que lo que decía era real. Le dediqué una sonrisa, aún sabiendo que no la vería y me subí al coche.

En las comidas y cenas familiares, ese periodo de mi vida en el hospital lo llamaron “el episodio de estrés de Hanna”, por lo que cuando cumplí los quince años, ya nadie se acordaba de eso. Y en cierto modo, a veces solía pensar que era un sueño. Vivía con un constante dolor en el pecho, a veces me faltaba el aire y cuando pasaba por el hospital, me costaba mantenerme en pie. Con el tiempo, terminé pensando que era sugestión y que todo había ocurrido por estrés, pero pronto comprendí que la sugestión y el corazón no son amigos.

Faltaban pocos días para el inicio de las clases. Iba a cursar tercero de secundaría, el año mágico para todas las adolescentes. La mayoría de mis amigas tenían novios, sus historias románticas se contaban como si fueran proezas y los hombres, seguían viéndome como un punto de mira para sus bromas. A pesar de que había aceptado ese papel, sabía muy dentro de mi corazón, que yo también tenía una historia, que pronto comenzaría a contar historias a mis amigas, sobre mi caballero con armadura o sobre un príncipe azul. Estaba convencida de ello, pero lo mio no era príncipes y caballeros, lo mío era un médico. A veces, me veía dibujando el rostro de Jack en mi libreta, me imaginaba como había pasado el tiempo para el y soñaba el día que nos volveríamos a encontrar. Una parte de mi cerebro era consciente de que así iba a ser. O más bien, yo iba a hacer que lo fuera. Iba a estudiar enfermería, terminaría trabajando en un hospital y en la pequeña ciudad donde vivía, sólo había uno. Y él debía estar ahí. O eso quería creer yo. Tenía mi perfecta historia de amor fatal, incluso tenía los síntomas del amor, porque por mucho que hubiera pasado el tiempo, mi corazón seguía fallando y mis pulmones eran débiles. Tenía secuelas y eso se podía ver.
Estaba dibujando a Jack en la libreta cuando Nei se acercó a mi con sigilo. Ya se había resignado a que le contestara quien era el joven de mi libreta, por lo que se sentó delante de mi y tosió para que le prestara atención. A pesar de que aún faltaba para comenzar las clases, las dos eramos miembro del comité estudiantil y teníamos que asistir al instituto para organizar el curso escolar, por lo que, como buenas alumnas ahí estábamos.

- Ayer nació mi hermanito.- me informó con una sonrisa de hermana orgullosa.
- ¡Enhorabuena Nei!- le abracé contenta y dejé de dibujar.- ¿Es bonito?- quise saber interesada.
- ¿Quieres venir a verlo?

Mi cerebro adolescente que adoraba los bebés no se lo pensó mucho para contestar, por lo que dos horas después estábamos las dos, delante del hospital con el corazón hinchado de amor. No fue hasta unos minutos después que los signos del “amor” como había terminado por llamarlos comenzaron a atacarme. El corazón me latía con fuerza, la respiración se me entrecortaba y las piernas comenzaron a temblarme. Durante el trayecto en ascensor intenté ocultar todos los signos, agregando que estaba algo cansada por la carrera hasta ahí. Al principio Nei no se lo tomó en serio, pero cuando salimos y me vio blanca, sudorosa y casi apunto del desmayó pensó que si que debía preocuparse. Luché contra mi malestar y en cuestión de segundos compuse mi cara. Ella no muy convencida por mi actuación aceptó que estaba bien, por lo que seguimos con la marcha.
La habitación de los Mongomery estaba llena de globos azules, olía a colonia de bebé y se respiraba un aire de paz. Fue agradable entrar, olvidarme durante unos minutos de mi malestar y felicitar a la familia por el nacimiento. Nei estuvo conmigo y con su hermanito mucho tiempo, después decidí que debía volver a mi realidad y me despedí.
Seguía sintiendo el malestar en el cuerpo, pero como siempre había hecho, terminé por controlarlo y vivir con ello. Antes de abandonar la planta de maternidad, me asomé por los nidos y un aroma especial me alivió todos los dolores, haciéndome consciente que mi médico estaba ahí.

Comentarios

  1. ¡Hola! Me ha gustado mucho la continuación, espero que se vuelvan a ver *^*

    ¡Cuidate!

    Bye!

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