Pierrot: 3. Roces
3. Roces:
La sala del comedor estaba repleta
de personas. La mayoría sonriendo, mientras se llevaban cantidades
morbosas de comida y vino a la boca, otras tantas reían a decibelios
groseros y el resto observaba con cierto desinterés como ocurría
los acontecimientos. La reina, sentada con la espalda estirada y el
rostro sereno tan sólo observaba a los comensales, dedicando alguna
cortes sonrisa mientras esperaba impaciente a ese momento...
Uno de los criados, vestido con
ropa negra y botones dorados entró a la sala, dio palmas y acto
seguido una horda de criados salieron de diferentes puertas y
comenzaron a recoger los platos y fuentes vacías de comida. Al salir
éstos entraban otros con platos más pequeños y otros con fuentes
llenas de frutas y dulces de aspecto hipercalórico. Cuando
nuevamente todos estaban interesados en la comida y las
conversaciones escaseaban, la puerta principal se abrió y como una
ráfaga de viento entró una persona subida a una enorme pelota de
color amarilla y roja. Éste tenía el rostro pintado de blanco, una
enorme sonrisa de color roja, una lágrima blanca caía por su ojo
izquierdo y éstos pintados de negro simulando una mirada algo
inquietante. Todos dejaron de comer para prestarle atención al
Pierrot, que con torpes pero muy claros movimientos comenzaba a hacer
malabares sobre la pelota.
La primera actuación fue bastante
patética, pero todos reían con lágrimas saliendo de sus ojos.
Incluso el rey había dejado caer alguna carcajada, pero a su lado la
reina tan sólo le observaba con cierta curiosidad ¿Qué me vas a
demostrar hoy? Pensó para sus adentros mirando al payaso, que
captando su actitud y leyendo su pensamiento comenzó a hacer un
chiste secreto sólo para ella. Ninguno de los comensales se reía,
pero la reina no pudo contener la risa y explotó. No fue una risa
estruendosa, pero tampoco lo suficiente fuerte para que los invitados
la oyeran. El único que se percató fue su marido, que observaba la
escena con el pecho lleno de felicidad. Ese bufón le había devuelto
la alegría a su esposa.
- Me alegra que sonrías, querida.
- dijo mientras le sujetaba la mano debajo de la mesa y se la
estrechaba. El corazón de Hinata se encogió en el pecho y bajo la
mirada avergonzada.- No, sonreír... por favor. - suplicó
levantándole la barbilla con dulzura y dedicándole una tierna
sonrisa.
Esas simples palabras hacían que
dentro de su cuerpo comenzara una dura y fría batalla: Su felicidad,
contra su lealtad. ¿Cuál de las dos pesaba más? La lealtad era
importante para ella, puesto que su marido le había sacado del País
de Konoha, dónde había estado en guerra, asustada y bajo el
dominio de su inquisitivo padre. Al llegar él al país, las guerras
acabaron y por su ayuda le ofrecieron su mano. No se pudo negar,
aunque tampoco le iba a esperar nada mejor que en su tierra natal.
Ese pensamiento le arrebató el sueño durante muchos días, pero
los labios cálidos de Gaara, su voz, sus caricias y el amor que le
procesaba, hacían que aquellos pensamientos fueran sutilmente
apartados y transformados en una felicidad casi extraña. Así había
vivido, hasta que su primo murió y la tristeza volvió a ella... y
entonces apareció aquel hombre, subido en esa pelota, iluminando la
habitación y haciendo que las lágrimas se convirtieran en risas,
los momentos encerradas en la torre, cambiadas por largos paseos por
el jardín...
- Sonreír así, mi señora.-
escuchó la voz de Sasuke dentro de su cabeza, mientras veía como
sus labios se movían en una discreta sonrisa.
La mayoría de invitados estaban
recostados sobre las mesas, con las manos ocupadas por cerveza y la
boca y ropa llena de comida. No era una imagen que el rey quisiera
mostrar al pueblo, pero tampoco era algo que pudiera evitar. Las
fiestas de nobles de diferentes cunas siempre eran así. Por suerte,
al poseer un puesto superior siempre podía retirarse antes de que
ese espectáculo fuera más, pero ese día se había quedado
simplemente para alargar más la sonrisa de su esposa. Sonrió y
decidió que el deber era más importante que el placer, por lo menos
ese día. Le sujetó del codo y susurró algo, luego dándole un
cauto beso en la mejilla abandonó la sala. Dos guardias le
acompañaron y ella se quedó sola, rodeada de borrachos pero no le
importaba. Entre toda esa gente, se encontraba su querido Pierrot,
haciendo burla de los que dormían o simplemente rodando con la
pelota.
Los criados comenzaron a recoger
los platos, y por último llamaron a los soldados para que fueran
llevando a los invitados a sus respectivos aposentos. Al final de la
velada, tan sólo quedaba ella y el pierrot...
- Debería practicar más con la
pelota...- sugirió mientras observaba como él se acercaba subido en
su pelota, estiraba la mano y se la sujetaba para darle un tierno
beso en el dorso.
- Lo haré si vos me miráis... mi
señora.
Era una promesa que se habían
estado haciendo durante días. Las fiestas siempre terminaban con su
marido en su aposentos y ella, contemplando como su bufón le hacía
sonreír.
Nunca era muy temprano para visitar
los jardines, y tampoco lo suficiente tarde para abandonarlos.
Sentada bajo la sombra de un árbol, observaba como Sasuke sacaba una
flor de entre sus dedos, luego como ésta se multiplicaba por tres y
por último la transformaba en una corona, que con delicadeza
colocaba sobre su cabeza. Esa proximidad entre ellos, era ardiente. A
pesar de que sus pieles nunca se tocaban, entre las telas de la ropa
o a través del cabello, podían sentir como si algo tirara de
ellos...
Muchas veces Hinata imaginaba que
sus corazones estaban unidos por un hilo, cuanto más lejos estaban
menos se notaba, pero cuanto más te acercabas el hilo se iba
tensando y tirando de él. Era una metáfora extraña, pero cierta.
Rió sujetándose la barriga cuando
Sasuke se cayó de la pelota y entró directo al estanque del jardín.
No pudo contener las carcajadas, pero en su presencia no le importaba
parecer ordinaria. Él le hacía reír, y ese era su trabajo. Se
levantó aún entre lágrimas y se aproximo al estanque, le tendió
la mano y espero a que se la sujetara. Sasuke se quedó observando la
figura femenina de la reina. Ese día su habitual vestido ostentoso
de reina, había sido sustituido por un sencillo vestido de manga
corta abultada, con escote de pico y la tela suave cayendo al suelo.
Movido por un impulso totalmente descortés, le sujetó de la mano y
tiro de ella, haciendo que el cuerpo femenino de Hinata cayera sobre
su pecho y entraran al agua.
Un silencio incómodo invadió el
momento, cuando los dos uno sobre el otro se miraban, empapados y con
los labios peligrosamente cerca...
- Mi reina... - jadeó éste al
darse cuenta, que ese acto podría costarle la cabeza.
- Hinata...- le cortó ella, sin
apartar la vista de esos dos pozos negros. El rostro desconcertado
habló por él, por lo que sin decir nada más se aproximó a él y
le beso.
A ella ese beso le podría costar
más que la cabeza, pero no le importó. Los brazos de Sasuke se
cerraron en su fina cintura, atrayendola más a el. Sus labios se
apretaron con fuerza, mientras sus lenguas investigaban cada rincón
de la cavidad bucal del otro. Sus cuerpos se pegaban cada vez más y
el agua, tan sólo provocaba que la exitasion subiera aún más.
Ninguno de los dos sabía donde
podía llevarles eso, pero desde el primer momento que sus ojos se
cruzaron supieron que estaban a destinados a ser algo más que un
simple pierrot y una reina... pero ¿el destino realmente los quería
juntos?
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