Katherine: 9. Simulación
9.
Simulación:
A
pesar de que su historia había sido narrada en una película, su
vida real no pasaba así. Recordó en una, que la protagonista miraba
a la ventana deprimida y se veía como el tiempo pasaba volando, como
si ella no fuera realmente consciente del paso del tiempo... pero
para Katherine cada hora transcurría rasgándole poco a poco el
corazón. No podía simplemente limitarse a llorar, o a no asistir a
las prácticas. Su vida no era ningún cuento de hadas, y por mucho
que el director de su Film, hubiera querido plasmarlo así... no lo
era. Tenía que levantarse todas las mañanas, vestirse y mirarse al
espejo mientras se recordaba que estaba bien, que el mundo seguía
girando por muy destrozada que estuviera por dentro... aunque en
parte no quería sentirse así. Habían pasado años... ¿como el
dolor podía volver como si nada? Entendía el poder de la anulación,
pero aún así... el dolor era algo físico y al mismo tiempo
psíquico. No podía tomarse un ibuprofeno y seguir caminando, puesto
que sus heridas estaban en su corazón pero tan dentro que una
radiografia no bastaría...
-
¡Eh! - gritó una voz a su oído- ¡Eh! ¡Tú! - volvió a gritar.
-
¿Si?- preguntó ella, volviendo la vista a una mujer mayor, de
cabellos grises atados en un apretado moño, la piel caída y los
ojos grandes y oscuros.
-
¿Vas a estar mucho así?- quiso saber cambiando el tono. En ese
instante, Kath se dio cuenta que tenía a la mujer con el brazo
extendido y apuntándola con una jeringa.
-
¡Oh dios mio!- gime horrorizada al bajar a la tierra- ¡Lo siento,
lo siento!- se disculpó y terminó la extracción con gran éxito.
-
Tranquila querida...- rió divertida mientras se bajaba la manga-
¿Problemas de corazón?- quiso saber la anciana.
-
Bueno, realmente quisiera saber... si aún tengo corazón. - río
ella.
La
puerta de la habitación se abrió de golpe. Una enfermera que Kath
debía conocer se apareció, la miró con gesto inquisidor y después
dejó pasar al médico. Supo que era uno, puesto que vio de refilón
la bata blanca, aunque el aroma a café y tabaco hacían que cada
fibra de su ser temblara. Respira. Aguanta y sonríe. Tú eres una
sonrisa.Se repitio internamente, mientras guardaba todo el
materia en el carrito de curas y se giraba para enfrentarse ante la
enfermera desconocida y Jean. Ese día lucia diferente al anterior y
a los anteriores. En él, pudo ver al Jean de que se enamoró. Pelo
desordenado, ojeroso, corbata mal puesta y bata arrugada. Sonrió
para sus adentros.
-
Dormir en una silla es igual que no dormir...- comentó en un hilo de
voz. Los ojos de los tres se posaron en ella. No pudo reprimir una
sonrisa triste y saber que Jean no se acordaría de eso.
-
¿Como sabes que he dormido en la silla?- preguntó sorprendido,
mientras se pasaba la mano por la cabeza e intentaba peinarse el pelo
gris.
-
Digamos que... - meditó un momento lo que iba a decir- es intuición
femenina...- les dedicó una sonrisa agradable a los tres y con la
cabeza más alta como pudo salió de la habitación.
A
pesar de que se sentía sin corazón, éste órgano comenzó a
latirle sin control sobre el pecho. Golpeandole las costillas y
pulmones, haciéndole que se aovillara en el suelo para sujetarse el
pecho. Agradeció que a esas horas las auxiliares estuvieran bañando
a los pacientes y las enfermeras sacando sangre. Respiró un par de
veces hasta que volvió a dejar su corazón colocado en su sitio. Sin
dejar de contar sus respiraciones, apuntó en el parte lo que había
hecho y observaciones por encima de la paciente. Antes de que pudiera
ponerle el tapón al bolígrafo sintió que el aroma familiar le
golpeaba en la nariz y una mano pesada y grande se posaba en su
hombro. Nunca había sido de las que huyen a un enfrentamiento, pero
se sentía lo suficiente cobarde para pegar la carrera y huir de
Jean. No necesitaba más señales de que él no tenía ni idea de
quien era...
Los
días eran una repetición de los demás. Quería disfrutar de sus
prácticas, necesitaba brillar para que la aceptaran como enfermera,
pero en los últimos días había comenzado a meditar la idea de huir
a otro hospital. No quería estar cerca de Jean, sabía que no podía
luchar contra una hoja en blanco y sobretodo, contra una
despampanante Andrea. A su lado ella era un fideo de sopa, y Andrea
un suculento Udon.
Se
dejó caer en una silla, horriblemente familiar y en un pasillo
totalmente alejado y marginado. Sonrió melancólica. Ahora,
comenzaba a entender porque a Jean le gustaba tanto ocultarse en ese
lugar. Parecía un pasillo ciego, donde nadie quería ir, y en cierto
modo ella lo entendía. No era la parte de la Clínica más bonita y
bien iluminada, el olor a desinfectante se concentraba y las paredes
blancas algo oscuras, daban una apariencia descuidada. Pero en esos
momentos, a ella le parecía el mejor refugio.
Recogió
las piernas y escondió la cabeza entre las rodillas, necesitaba
pensar en como iba a actuar en los últimos meses. Sabía que no
podía huir siempre que Jean apareciera, era consciente que era una
actitud infantil y que todo el mundo se preguntaba el por qué, y
sobre todo entendía que debía comenzar a hablar. Quizás no con
Jean, pero si con Alexandra y Enrico, aunque ello significaba
confesar que no había confiado en ellos y quedaría como una mala
amiga, pero... ¿Qué más le quedaba?
-
Así que aquí estás...
La
voz de Jean parecía entre aliviada y molesta. Durante cinco segundos
miró la lista de tareas y a recordar que estaba listas, tachó la
idea que la iban a regañar, por lo que la presencia de él en ese
lugar, era aún más incomoda que otra. Se repitió su mantra
interno, mientras formaba su cara de pocker antes de levantar la
cabeza de sus rodillas. Al hacerlo, todo se vino abajo...
-
¿Por qué huyes de mi?- quiso saber. Parecía totalmente confundido
y dolido- ¿Te he ofendido en algún momento? Yo...
-
Ese no es mi Jean...- pensó mientras amargas y calientes
lágrimas le salían a traición de los ojos.
Jean
observó como ella lloraba, inquieto miró a los lados y al verse
solo en el apreto, se sentó a su lado y le dio cálidos golpes en la
espalda. No era una caricia de ternura o para salir del paso, en cada
golpecito sentía la necesidad de que se calmara, y en cierto modo
ella también lo quería. Necesitaba una buena excusa para comentarle
su tristeza, pero mientras buscaba algo en su cabeza la pregunta
apareció ¿Por qué una excusa? Él no se acordaba, no era su culpa
y tampoco cambiaría nada. En los meses que llevaba en la clínica
había descubierto que Andrea y Jean tenían una relación
sentimental desde hacía tiempo, y que tenían planes de boda. Nada
de lo que ella le dijera iba a cambiar la situación... así que ¿por
qué mostrar indiferencia ante algo que no marcaría la diferencia?
-
¿Realmente quieres... saberlo?- le miró algo insegura.
-
¿Por qué no querría saberlo?
En
ese momento, cuando los dos se miraban intentando descubrir los
pensamientos del otro, recordó aquellos últimos años juntos. Esos
agradables momentos cuando las preguntas se contestaban en silencio y
con tímidas caricias... Quizás podría cambiar algo, pero nada lo
suficiente para que sus heridas dejaran de sangrar.
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