Pierrot: 9. Suyos.

9. Suyos:

Una lluvia de pétalos de cerezo hacía que una niña chillara de jubilo entre los brazos de su madre. Ella tan sólo reía mientras intentaba que la pequeña no cayera al suelo. Espero a que estuviera más tranquila y la dejó en el suelo del jardín. En el momento que la niña toco el suelo comenzó a gatear intentando atrapar todos los pétalos que pudiera. Entre risas y comentarios incomprensibles, la Reina contempló a su hija. A la heredera del trono: Haru Sobaku Hyuga. Desde el momento de su nacimiento había dado más que felicidad, además que ello trajo una ola de calma a la aldea. Aunque el Rey y la Reina siempre tenían asuntos que atender, jamás se perdían los momentos más importante de la pequeña: el baño, la comida o la siesta. Eran una familia ejemplar, aunque entre los cónyuges se erguía una pared tan grande que era imposible ignorar…

-      Pa…pa…- la niña estiró los brazos cuando vio una figura atrás de su madre.
-      ¡Oh! Gaara… pensaba que estabas ocupado.- se excusó ella mientras le invitaba a sentarse en el césped.
-      Lo estaba…- cayó durante un segundo, miró a la niña y luego a la madre. Cerró los puños y le sujetó de la mano.- Hay una pastelería que me gustaría que fueras… ¿Podrías ir a buscar algo para merendar?


Aquella petición podía sonar rara, pero entre ellos era lo más íntimo que tenía. Desde el nacimiento de la niña, compartían habitaciones separadas, no tenían relaciones sexuales y mucho menos se abrían a sus sentimientos. Hinata había asumido que su marido jamás la perdonaría, pero a medida que pasaban los meses el seguía mostrándose amable, cortés y sobre todo, era un gran padre para su hija. Niña que biológicamente no era suya. Su padre biológico, se encontraba muy lejos de la aldea de la Arena, mientras que su familia aún trabajaba para la corona. Algo que agradecía abiertamente cada día. Aunque entre palacio corría el rumor de su romance pasado, nadie se atrevía a pronunciarlo en voz alta. Cosa normal, puesto que el rey tenía visitas nocturnas a sus aposentos y ella, tan sólo tenía la compañía de su hija. Y no le dolía, por lo menos su matrimonio parecía seguir y mínimamente Gaara mantenía su respeto. Después de todo, había comenzado sin amor…



Aunque había pedido ir sola, dos guardias la custodiaban a cada lado. Llevaba a la niña en brazos, y la ama una bolsa para llevar el encargo del rey. No le había costado salir del palacio, y debido a la paz establecida la Reina podía salir a pasear sin verse acosada. El pueblo los amaba, y más a ella que gracias a su tristeza inicial, hacía que se organizaran bailes y fiestas, que aún después de su desliz se seguían haciendo.

Al llegar a la pastelería algo se le removió en el estómago. Buscó algo que le resultara familiar: un aroma, una imagen… algo, pero nada. Sin prestar más que atención a su sensación, cruzó el marco de la puerta y entró. El recinto era acogedor, olía a pan recién horneado ya canela. Saludó a una mujer que le hizo una reverencia y corrió hasta entrar a la habitación del personal. Minutos después salió un hombre de cabellos oscuros, piel blanca y una aroma inreconocible.

-      Alteza…- la voz de Sasuke sonó entre alegre y sorprendida.- ¿Qué deseáis?- logró decir cuando recuperó la compostura.

La mujer que había entrado, se ocultaba en la espalda de él, cogiéndole el brazo con cierto tono de posesión y no apartaba los ojos de ella. No supo si era por respeto a que fuera su reina o que sabía lo que había pasado entre él y ella. Le dedicó una sonrisa a la joven y miró a Sasuke, le entregó la nota con la mano libre y esperó a que él la sujetara. Ese intercambió hizo que sus dedos se rozaran y una carga eléctrica pasara entre los dos. Posiblemente ese momento habría durado más, pero la pequeña entre sus brazos comenzó a gimotear y moverse inquieta. Sorprendidos por la llamada de atención, ambos se fijaron en la criatura que con sus ojos oscuros miraba a su padre, como si algo en él hubiera hecho que lo reconociera. Aunque nunca se habían llegado a ver. La pequeña estiró los brazos e inmediatamente él la cogió.
Aquella imagen: El amor de su vida sujetando con adoración a su hija. Sólo aquello hacía que todo el dolor y la soledad valiera la pena. De golpe comprendió porque su marido había decidido que fuera ella en vez de las criadas. Sintió un aguijonazo en el pecho. ¿Cómo podía seguir siendo bueno con ella?¿Por qué?


Esa fugaz visita abrió la herida del pecho de Hinata. No había durado más de media hora, el momento que la mujer de Sasuke, como le comentó minutos después, le traía el pedido y pedía atenciones. Tan sólo había durado unos pocos minutos, pero los suficientes para que reviviera todo lo que había pasado con él, todo lo que sentía y sobre todo, lo mucho que le amaba. Gaara era un marido ejemplar, un hombre sabio, cuidadoso y simplemente perfecto. Pero esa perfección no estaba hecha para ella. Precisamente por eso, sabía que jamás lo podría hacer feliz, y aún sabiendo eso, simplemente no podía irse. Era la reina. Una excusa de paz entre la hoja y la arena. Si ella se iba, más de una desgracia podía ocurrir en aquel lugar dónde la habían aceptado y amado. Y no solamente por eso… estaba casada por la iglesia y no podían separarse o volverse a casar. Y no tenía intención de ninguna de esas dos cosas, a menos que el Rey muriera. Tembló ante aquella idea. Adoraba a Gaara, pero al mismo tiempo lo odiaba…

-      ¿Por qué lo hiciste?- exigió saber, unos cuantos días después de haber ido a ver a Sasuke.- Pensé que querías que me olvidara de él…
-      Y eso es lo que quiero…- murmuró sin apartar la vista de unos documentos.- Si no veías que Sasuke ya ha hecho su vida sin ti… no podrías seguir adelante.

Y la conversación quedó ahí. Un consejero irrumpió en la estancia exigiendo la presencia del rey. Él con un asentimiento al hombre, se levantó y le dio un casto beso en los labios. El primero en meses…

-      Quiero que lo olvides… porque sé que no puedo competir con él.

Con ese comentario se quedó helada. Era cierto que no podía competir con Sasuke, pero en cierto modo él tampoco con Gaara.

-      Sabes que quiero hacerlo…- siseó avergonzada.
-      Lo sé…- volteó y le dedico una sonrisa triste.

La puerta se cerró tras él y cuando se vio sola en el estudio, supo que debía hacer algo. Debía volver a tener la confianza de Gaara, pero ¿Cómo? Miró alrededor y reparó en un pequeño cuadro: Los dos, el primer día que se presentaron ante el pueblo. Ninguno de los dos sonreía, pero la mano cálida y grande de él sujetaba la suya, como dándole fuerza y esperanza. Cerró las manos sobre su vestido y supo que siempre amaría a Sasuke, pero que siempre estaría con Gaara… después de todo él era su rey y ella su reina. Simplemente suyos.



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