Pierrot: 6. Amantes

6. Amantes:

Los pasillos estaban en silencio, las antorchas apagadas y tan sólo se oía el susurro del viento y el olor a lluvia avisaba de que pasarían una noche dura. Los dos amantes se cogían de la mano mientras atravesaban éstos en silencio, oyendo cada ruido que pudiera delatarlos o incluso algún olor que pudiera distraerlos de su meta final.

La habitación estaba oscura, cerrada y el polvo había llenado cada pequeño rincón de aquella estancia, las polillas y pequeños insectos habían anidado en las esquinas, haciendo que aquel lugar fuera aún más secreto de lo que era. La reina sabía que sus sirvientas la irían a buscar ahí, pero hacía tanto tiempo que no visitaba su habitación de llorar, que realmente dudaba que alguna de ellas se acordara de la existencia de ese sitio.

Observó en silencio como él sacaba las sábanas que cubrían los muebles y las colocaba sobre el suelo, cogiendo cojines y más mantas, haciendo una cama improvisada tan sólo para ellos y sus oscuros propósitos. Después de tenerla lista, se quitó los zapatos y subió en ella ofreciéndole la mano e invitándola a que cometiera uno de los mayores pecados de la historia: El adulterio. Una cosa era estar enamorada mentalmente de otro hombre, con miradas y algún fugaz beso, otra cosa era consumarlo… ¿estaba dispuesta a hacerlo?

Sasuke le miró con esos ojos profundos, aún con la mano tendida para ella y con aquel perfecto rincón para ellos… Sin pensarlo más extendió la mano y la aceptó.

Eran un revoltijo de abrazos, caricias y besos cuando el sol comenzaba a aparecer. No se había separado en toda la noche. Sus caricias, besos y movimientos habían estado seguidos de largas charlas y pequeños besos que daban paso a otra larga sesión de sexo. Cuando se quisieron dar cuenta toda la habitación olía a sudor y a fluidos, la ventana estaba empañada y la cama deshecha por todo los costados. A lo lejos se oía como las sirvientas comenzaban el movimiento para preparar el desayuno y algunos soldados que se habían quedado empezaban a calentar. Era un día nuevo y el duelo había terminado… debía volver a ser una reina.



El ejército se acercaba. La tierra se movía bajo los pies, los cristales del palacio temblaban y se oía como la gente del pueblo aclamaba la victoria de la Arena. Hinata observaba la llegada de su marido y el ejército con cierto temor, aunque debía ocultarla y sonreír mostrando un alivio que realmente no sentía. Que su el rey y el ejército estuviera fuera era lo mejor que podía ocurrir, así podría preparar al castillo de lo que iba a pasar y también mentalizarse. Aún no sabía qué hacer, cómo actuar ante lo que se le venía encima, pero tampoco podía quedarse quieta…


- Querida… - habló la voz ronca y cansada de Gaara cuando ella se acercó. Se fundieron en un cálido abrazo y luego la beso con dulzura- te he echado tanto de menos.- sus palabras apuñalaron en el alma a Hinata, porque en cierto modo ella no había tenido tiempo de hacerlo.

- Y yo… -mintió y se dejó abrazar y besar otra vez.


Desde la llegada del Rey las cosas volvieron a marchar con normalidad, aunque la guardia se mostraba algo inquieta. Habían marchado a la guerra, pero nadie les había esperado. Pasaron cuatro largas semanas esperando a que el enemigo se presentara, pero al no llegar decidieron marchar de nuevo a su reino, y aún así sentían que algo malo iba a pasar.


- No deberíamos hacer como los Troyanos…- sugirió Hinata una noche después de un reunión con los consejeros.- Quizás La Lluvia y la Hoja tramen algo…- dejo caer mientras cepillaba su cabello en el tocador.

- ¿Tramen algo?- Gaara la miró sin entender- Querida, tu pueblo jamás haría algo así… ¿O crees que…?


El silencio fue lo suficiente para alertar al rey, antes de que los dos se subieran a la cama y cerraran los ojos habían tomado una decisión. Hinata no sabía si era del todo correcta, porque meter a dos leones en una misma jaula quizás era algo muy peligroso…


La aldea se había vestido de festejo. Los adornos florales volvían a decorar las calles, pero a diferencia de las anteriores fiestas, entre la gente se sentía una cierta angustia. El anuncio de una posible emboscada les había quitado la alegría de las fiestas, nadie parecía emocionado en celebrar esos días, pero tampoco podían parar de hacer nada, puesto las demás aldeas podrían sospechar, y Hinata había dejado bastante claro a su rey, que eso no era una posibilidad. Ella tan solo observaba como los criados se esmeraban en convertir el palacio en un lugar mixto entre la Hoja y la Arena, para que cuando sus familiares llegaran no notaran nada raro…


- ¿Está… segura de esto?- susurró una voz familiar a su lado.

- No lo sé… pero ¿qué más puedo hacer?


El propietario de la voz le sujetó de la mano y le dio un cálido apretón. Cuando las criadas se acercaron él se marchó dejando a Hinata con un extraño vacío en el pecho. Desde que habían pasado la noche juntos, eso mismo se repitió una y otra vez, siempre cuando el Rey estaba ocupado, o demasiado cansado para reparar en sus ausencia. Aunque al principio se sentía mal, los brazos y besos de Sasuke le hacían olvidarse de todo, incluso de guardar su más profundo secreto…


- Mi primo está vivo… - le confesó una vez después de hacer el amor.- Fingió su muerte para que la Arena no tuviera miedo de una represaría…- él no dijo nada, tan sólo le acarició la espalda desnuda y dejó que siguiera hablando- … hace un mes llegó aquí y… me avisó que vendrían a atacar, que yo… debería dejarles vía libre y así…poder volver a casa…

- ¿Y quieres… volver?


Esa pregunta le había llenado el cerebro durante los días siguientes, pero a pesar de que había tomado una decisión no sabía si quería volver. No perdía más que a Gaara y a Sasuke si volvía, pero aún así… no sabía cuál era la respuesta correcta.


Una noche antes de la llegada de los de la Hoja, estaban todos en la sala real. Nadie había reparado en el aspecto enfermizo de la reina, y ella misma no había notado que se sentía mal, hasta que al levantarse para marchar a sus habitaciones se desplomó en el suelo. Al levantarse rodeada de todos los consejeros, de su marido y amante preocupado tan sólo podía oír la palabra del médico…

- Embarazada.


La reina estaba embarazada, pero ¿de quién?

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