Princesa: Capítulo 3
Capítulo 3:
La ciudad descansaba sobre unas calles silenciosas, disfrutaban los ecos de un festejo pasado y gozaban en secreto de un futuro descanso. Los gremios se juntaban en la plaza de San Marcos para celebrar el cierre de temporada. Sacaban unas largas y amplias mesas llenas de manjares dignos de un rey, músicos del barrio se unían para entonar melodías jocosas y cantar canciones perversas. Las risas llenaban Venecia de alegría y cargaban una vez más las pilas para nuevas jornadas de trabajo. El verano había acabado, pronto llegaría el otoño y con ello, una nueva ola de turistas sedientos de historias. Los guías oían en silencio las nuevas anécdotas de los vendedores, las ancianas contaban nuevas leyendas y los niños pequeños se inventaban cuentos para el deleite de los adultos. Por un momento, los isleños disfrutaban de su Isla sólo para ellos y por ellos.
Gianella contemplaba la fiesta desde una precavida distancia. Sentía que su cuerpo pedía descanso, pero la niña interior luchaba por salir y llenarse de historias. Observaba como los ancianos se llenaban las copas y las vaciaban entre risas, más de una vez algún compañero le pedía que se uniera a la festividad, pero con una sonrisa tímida se quedaba aparcada, en su pequeño rincón de sabiduría. Necesitaba un poco de espacio para asumir que su misterioso joven no iba a aparecer, por lo que debía esconder su desazón antes de unirse al jolgorio. En esa diminuta isla los rumores corrían como la pólvora y no quería estar en la boca de todos, no cuando los cotilleo amorosos siempre se los llevaba Francesca o Davinia, ella prefería quedarse como la soltera eterna. Aguardó unos minutos antes de resignarse, contempló el mar y deseó en silencio que un golpe de viento trajera la barca con su hombre. Pero por mucho que observara, tan sólo la brisa traía unas pocas gotas de agua y una noche fría.
Se levantó de su esquina y caminó hacia la plaza de San Marcos. A lo lejos oía como un motor se acercaba, pensó que sería algún trabajador retrasado por lo que prosiguió con su camino, hasta que su nombre apareció en el aire. Durante unos segundos pensó en lo que oía, después de todo ,todo el mundo la llamaba Gia, y no Gianella. Cerró los ojos y escuchó con más atención.
- ¡Gianella!- escuchó su nombre acompañado con un golpe del barco al arribar y los pasos de unos zapatos chocar contra el suelo.
No necesitaba girarse para saber quien la llamaba, a pesar de que tan sólo habían pasado pocas horas juntos, había logrado mantener el sonido de su voz en su memoria, al igual que las sensaciones que tenía a su lado. Detuvo su marcha y se giró con lentitud, mentalizandose del golpe que sufriría al verlo. Cosimo corría hasta ella, llevaba un traje negro, con una corbata azul marina y el cabello desordenado por el viento. Al llegar a su lado tenía las mejillas sonrosadas, la respiración entrecortada y con la mano en el pecho.
A pesar de que se moría por lanzarse sobre sus brazos, esperó dignamente. Frunció el ceño y cruzó los brazos sobre el pecho. Quería explicaciones, aunque tampoco las podía exigir, después de todo aquel hombre no había puesto fecha de su rencuentro, tan sólo había hecho una promesa en el aire teniendo fe de que ella respetaría. Y bien lo había hecho.
Se mordió el labio indignada cuando él estiró su mano y la cerró en la muñeca de ella, estiró de ella hasta que cayó sobre su pecho. Sintió como la rodeaba con sus brazos y la estrechaba en el pecho. Escuchó complacida como el corazón de Cosimo golpeteaba con fuerza y su respiración no terminaba de relajarse. Aún fingiendo indignación se dejó besar en la frente y alabar de su belleza y paciencia.
Oía a lo lejos los gritos de jubilo de sus compañeros. Todos habían comenzado a bailar en el momento que una fuerte lluvia descargó sobre ellos. A diferencia de sus amigos, ella había cogido de la mano a Cosimo y lo arrastró por las calles, sin hablar y sin mostrar ninguna señal de afecto. Algo diferente a la vez anterior, y no porque sus cuerpos no quisieran sentir al otro, más bien por una cuestión de educación. Su amigo no había venido solo, como la vez anterior. Junto a él, estaba un serio hombre. Alto, de cabello cano, expresión severa y surcos por el rostro, constitución ancha y fuerte, voz de bajo autoritaria y una mirada crítica y algo ofensiva. Entre siseos Cosimo le explico que era Roberto, su guardaespaldas. Al principio no prestó atención a ese pequeño detalle, pero cuando el hombre comenzó a investigar su apartamento y a tocar sus pertenencias le comenzó a incomodar su presencia. No sólo por el hecho de que quería hacer el amor con su amigo misterioso, sino también porque no se sentía cómoda ante el constante escrutinio del señor.
- Perdónale.- se excusó Cosimo sin soltarle la mano.- No está acostumbrado a que vaya por mi cuenta. - explicó mientras le besaba en las manos con dulzura y devoción.
- No importa...- murmuró ella rendida ante tanta atención física de él. Sonrió y espero impaciente a la explicación que esperaba.
No comenzaron a hablar hasta que Roberto investigó cada rincón de su casa, abrió cada armario y registro cada cajón. En su interior se alegró haber limpiado las habitaciones y ordenado los cajones. Cuando el guardaespaldas dio el visto bueno salió del apartamento dejándolos solos y con un silencio incómodo.
La primera en hablar fue ella. A decir verdad quería que hubiera comenzado hablar él, pero necesitaba expresar su sentimiento de abandono. Con un nudo en el estómago le confeso que pensó que tan sólo había sido un sueño, llegó incluso a creer que tan sólo había sido un producto de su imaginación y que todo lo que había sentido jamás había existido. Después de esa verborrea de emociones, Cosimo se levantó de la silla donde estaba sentado y la estrechó entre sus brazos, besó cada rincón de su cara y limpió las traicioneras lágrimas que salían de sus ojos. Entre sus brazos se sintió inofensiva y tonta. Siempre se había considerado una persona independiente, sin emociones románticas que la privaran de la razón, pero con él era todo nuevo y en cierto modo le aterraba. Aunque cuando él comenzó hablar y a explicarle cosas, sus miedos románticos se quedaron marginados en un diminuto rincón de su cerebro.
- ¿Príncipe?- preguntó ella sin creérselo.- ¿Como que príncipe?- volvió a preguntar dejando la taza sobre la mesa al notar que las manos le temblaban.
- Soy un príncipe.- murmuró él algo incómodo y avergonzado.- Es raro que una Historiadora como tú no sepa sobre la Monarquía Italiana.- agregó algo mosqueado esa vez.
- En teoría con Mussolini la Monarquía acabó... - explicó.- al menos como la conocemos actualmente.
- Es verdad que ahora el apellido Saboya no dice mucho, pero dentro de la política más social seguimos teniendo algo de importancia.
- ¿Como los Reyes de España?- quiso saber sintiéndose algo estúpida.
- Más o menos, aunque tampoco es que nos queramos hacer notar.
Durante las cuatro horas siguientes, Gianella se vio volviendo a sus años académicos. Cosimo con voz grave y algo patriótica le explicaba el nacimiento de su familia, los errores y beneficios que habían hecho los reyes de Italia y lo que suponía actualmente ser de la monarquía. Al principio la teoría le sonaba, tanto los nombres como los lugares e incluso según que obra caritativa, después cuando saltaron a la actualidad se vio absolutamente perdida. Nunca había escuchado nada acerca de Cosimo de Saboya, y eso que era fan de las Monarquías, algo que le hacía dudar de la cordura de su amigo, pero después de mostrarle ciertas fotos y documentos por internet terminó aceptando que se había enamorado de un príncipe. Un puto príncipe de verdad.
La ciudad descansaba sobre unas calles silenciosas, disfrutaban los ecos de un festejo pasado y gozaban en secreto de un futuro descanso. Los gremios se juntaban en la plaza de San Marcos para celebrar el cierre de temporada. Sacaban unas largas y amplias mesas llenas de manjares dignos de un rey, músicos del barrio se unían para entonar melodías jocosas y cantar canciones perversas. Las risas llenaban Venecia de alegría y cargaban una vez más las pilas para nuevas jornadas de trabajo. El verano había acabado, pronto llegaría el otoño y con ello, una nueva ola de turistas sedientos de historias. Los guías oían en silencio las nuevas anécdotas de los vendedores, las ancianas contaban nuevas leyendas y los niños pequeños se inventaban cuentos para el deleite de los adultos. Por un momento, los isleños disfrutaban de su Isla sólo para ellos y por ellos.
Gianella contemplaba la fiesta desde una precavida distancia. Sentía que su cuerpo pedía descanso, pero la niña interior luchaba por salir y llenarse de historias. Observaba como los ancianos se llenaban las copas y las vaciaban entre risas, más de una vez algún compañero le pedía que se uniera a la festividad, pero con una sonrisa tímida se quedaba aparcada, en su pequeño rincón de sabiduría. Necesitaba un poco de espacio para asumir que su misterioso joven no iba a aparecer, por lo que debía esconder su desazón antes de unirse al jolgorio. En esa diminuta isla los rumores corrían como la pólvora y no quería estar en la boca de todos, no cuando los cotilleo amorosos siempre se los llevaba Francesca o Davinia, ella prefería quedarse como la soltera eterna. Aguardó unos minutos antes de resignarse, contempló el mar y deseó en silencio que un golpe de viento trajera la barca con su hombre. Pero por mucho que observara, tan sólo la brisa traía unas pocas gotas de agua y una noche fría.
Se levantó de su esquina y caminó hacia la plaza de San Marcos. A lo lejos oía como un motor se acercaba, pensó que sería algún trabajador retrasado por lo que prosiguió con su camino, hasta que su nombre apareció en el aire. Durante unos segundos pensó en lo que oía, después de todo ,todo el mundo la llamaba Gia, y no Gianella. Cerró los ojos y escuchó con más atención.
- ¡Gianella!- escuchó su nombre acompañado con un golpe del barco al arribar y los pasos de unos zapatos chocar contra el suelo.
No necesitaba girarse para saber quien la llamaba, a pesar de que tan sólo habían pasado pocas horas juntos, había logrado mantener el sonido de su voz en su memoria, al igual que las sensaciones que tenía a su lado. Detuvo su marcha y se giró con lentitud, mentalizandose del golpe que sufriría al verlo. Cosimo corría hasta ella, llevaba un traje negro, con una corbata azul marina y el cabello desordenado por el viento. Al llegar a su lado tenía las mejillas sonrosadas, la respiración entrecortada y con la mano en el pecho.
A pesar de que se moría por lanzarse sobre sus brazos, esperó dignamente. Frunció el ceño y cruzó los brazos sobre el pecho. Quería explicaciones, aunque tampoco las podía exigir, después de todo aquel hombre no había puesto fecha de su rencuentro, tan sólo había hecho una promesa en el aire teniendo fe de que ella respetaría. Y bien lo había hecho.
Se mordió el labio indignada cuando él estiró su mano y la cerró en la muñeca de ella, estiró de ella hasta que cayó sobre su pecho. Sintió como la rodeaba con sus brazos y la estrechaba en el pecho. Escuchó complacida como el corazón de Cosimo golpeteaba con fuerza y su respiración no terminaba de relajarse. Aún fingiendo indignación se dejó besar en la frente y alabar de su belleza y paciencia.
Oía a lo lejos los gritos de jubilo de sus compañeros. Todos habían comenzado a bailar en el momento que una fuerte lluvia descargó sobre ellos. A diferencia de sus amigos, ella había cogido de la mano a Cosimo y lo arrastró por las calles, sin hablar y sin mostrar ninguna señal de afecto. Algo diferente a la vez anterior, y no porque sus cuerpos no quisieran sentir al otro, más bien por una cuestión de educación. Su amigo no había venido solo, como la vez anterior. Junto a él, estaba un serio hombre. Alto, de cabello cano, expresión severa y surcos por el rostro, constitución ancha y fuerte, voz de bajo autoritaria y una mirada crítica y algo ofensiva. Entre siseos Cosimo le explico que era Roberto, su guardaespaldas. Al principio no prestó atención a ese pequeño detalle, pero cuando el hombre comenzó a investigar su apartamento y a tocar sus pertenencias le comenzó a incomodar su presencia. No sólo por el hecho de que quería hacer el amor con su amigo misterioso, sino también porque no se sentía cómoda ante el constante escrutinio del señor.
- Perdónale.- se excusó Cosimo sin soltarle la mano.- No está acostumbrado a que vaya por mi cuenta. - explicó mientras le besaba en las manos con dulzura y devoción.
- No importa...- murmuró ella rendida ante tanta atención física de él. Sonrió y espero impaciente a la explicación que esperaba.
No comenzaron a hablar hasta que Roberto investigó cada rincón de su casa, abrió cada armario y registro cada cajón. En su interior se alegró haber limpiado las habitaciones y ordenado los cajones. Cuando el guardaespaldas dio el visto bueno salió del apartamento dejándolos solos y con un silencio incómodo.
La primera en hablar fue ella. A decir verdad quería que hubiera comenzado hablar él, pero necesitaba expresar su sentimiento de abandono. Con un nudo en el estómago le confeso que pensó que tan sólo había sido un sueño, llegó incluso a creer que tan sólo había sido un producto de su imaginación y que todo lo que había sentido jamás había existido. Después de esa verborrea de emociones, Cosimo se levantó de la silla donde estaba sentado y la estrechó entre sus brazos, besó cada rincón de su cara y limpió las traicioneras lágrimas que salían de sus ojos. Entre sus brazos se sintió inofensiva y tonta. Siempre se había considerado una persona independiente, sin emociones románticas que la privaran de la razón, pero con él era todo nuevo y en cierto modo le aterraba. Aunque cuando él comenzó hablar y a explicarle cosas, sus miedos románticos se quedaron marginados en un diminuto rincón de su cerebro.
- ¿Príncipe?- preguntó ella sin creérselo.- ¿Como que príncipe?- volvió a preguntar dejando la taza sobre la mesa al notar que las manos le temblaban.
- Soy un príncipe.- murmuró él algo incómodo y avergonzado.- Es raro que una Historiadora como tú no sepa sobre la Monarquía Italiana.- agregó algo mosqueado esa vez.
- En teoría con Mussolini la Monarquía acabó... - explicó.- al menos como la conocemos actualmente.
- Es verdad que ahora el apellido Saboya no dice mucho, pero dentro de la política más social seguimos teniendo algo de importancia.
- ¿Como los Reyes de España?- quiso saber sintiéndose algo estúpida.
- Más o menos, aunque tampoco es que nos queramos hacer notar.
Durante las cuatro horas siguientes, Gianella se vio volviendo a sus años académicos. Cosimo con voz grave y algo patriótica le explicaba el nacimiento de su familia, los errores y beneficios que habían hecho los reyes de Italia y lo que suponía actualmente ser de la monarquía. Al principio la teoría le sonaba, tanto los nombres como los lugares e incluso según que obra caritativa, después cuando saltaron a la actualidad se vio absolutamente perdida. Nunca había escuchado nada acerca de Cosimo de Saboya, y eso que era fan de las Monarquías, algo que le hacía dudar de la cordura de su amigo, pero después de mostrarle ciertas fotos y documentos por internet terminó aceptando que se había enamorado de un príncipe. Un puto príncipe de verdad.
¡Hola! Y no me terminó de caer bien el guardaespaldas ¡mira la paciencia de ella! Yo lo echaba de casa, para qué mentir jajaja.
ResponderEliminarYa me imaginaba algo así de él, alguien importante debía ser Cosimo.
Sigo leyendo!
Bye!
¡Si! Es un ser muy importante. A mi tampoco me cae bien, pero bueno...
Eliminar:D