Perdón: Uno
Original
En proceso
Si quieres compartirlo, seré muy feliz.
Acuérdate de dar créditos.
Perdón
Efímero:
Nada
dura eternamente, pequeña. Las
palabras de su madre resonaban en su cabeza como un eco, haciéndole
ser consciente de que no podía quedarse quieta, si realmente quería
aquello debía ir y conseguirlo. Todo tiene un tiempo limite y la
felicidad es una de ellas. Lo había sabido desde siempre, y delante
de las tumbas de sus padres se prometió aprovechar el momento,
disfrutar y coger todo lo que pudiera antes que se desvaneciera entre
sus manos.
Fue
por eso que estiró sus brazos, abrió su corazón y le confió cada
una de sus debilidades, aquel tipo de ojos claros y sonrisa traviesa.
Al instante supo que estaba cometiendo un error, pero el tiempo para
pedir perdón llegaría después, en ese momento tan sólo quería
disfrutar y ser feliz.
Uno:
Al
salir de la tienda, caía una lluvia fuerte. No podía ver más allá
de la cortina de agua y parecía que el temporal iba para largo. Con
la mano libre levantó la manga de su chaqueta para mirar la hora.
Las ocho menos diez. Se mordió el labio e ideó un plan para llegar
hasta el bar sin mojar toda la compra. Su parte racional le decía
que todo acabaría igual de empapado que ella, en cambio la parte más
fantasiosa le gritaba que se arriesgara. Dejándose llevar por la
segunda voz ocultó las bolsas debajo de su chaqueta, las apretó
contra su pecho y salió del techo cubierto.
Las
gotas impactaron con ella heladas, calándola hasta la ropa interior,
cuando llegó al bar no sabía que era lo que chorreaba más, si su
ropa o su pelo. Antes de entrar al loca, intentó sacudirse al máximo
para evitar así mojar el recibidor. Aunque era plenamente consciente
que estaría ya mojado de por si. Era viernes por la noche, estaba
segura que el bar estaría lleno y no precisamente por la lluvia,
sino por ella. Dibujó una sonrisa tímida y se animó a entrar.
El
sonido rasgado de la guitarra había llenado toda la sala, su voz
suave y dulce había captado la atención de todos los clientes. No
había nadie que hablara, todos escuchaban atentos como la voz de
Emily contaba una historia. Era triste, una melodía cadente y llena
de emociones contenidas. Su voz llegaba a las notas agudas, pero no
explotaba su potencial, volvía a graves y por último dejaba unas
notas colgando en el aire, con dolor e increíble dulzura. Los
aplausos no esperaron a que la guitarra dejara de sonar. Con una
enorme sonrisa saludó al público, sujetándose el escote para no
mostrar su ropa interior y quizás uno de sus secretos mejor
guardados. Alphonse se acercó le ofreció la mano y le ayudó bajar
del pequeño escenario, le dio un cachete cariñoso en las nalgas y
le informó al oído que tenía una muda de ropa en el vestuario.
Volvió a sonreír mientras corría para esconderse en su pequeño
camerino de fama y cambiar sus atuendos. Al cerrar la puerta se miró
al espejo. Aún tenía el cabello mojado de la lluvia, por lo que su
color ceniza se veía un poco más oscuro, tenía las mejillas
encendidas y sus grandes ojos verdes se mostraban iluminados, sus
labios finos seguían con la curva de la felicidad y su cuerpo de
guitarra estaba perlado de gotas de sudor. Con prisa cogió una
toallita húmeda y se la pasó por su piel pálida, hasta sentirse
más fresca y ponerse el nuevo conjunto que su jefe había preparado
para ella. Mientras se vestía agradecía en silencio la caridad de
Alphonse y Thomas al adoptarla cuando perdió a sus padres y se quedó
en la calle. No supo si fue porque siempre habían mantenido muy
buena relación con su padre, o porque querían mantenerla alejada de
las malas influencias. Emily era una mujer atractiva, a sus
veinticinco años aún tenía rostro adolescente, aunque su cuerpo
bien desarrollado demostraba lo contrario. Su talento en la música y
su belleza, podían haberla llevado a malas compañías en un momento
tan precario como se encontraba, por eso, que esa pareja se
comprometiera a cuidarla y ofrecerle trabajo había sido lo mejor.
Había pasado un largo año de eso, pero jamás iba a dejar de
agradecerles por dejarla seguir soñando y ser feliz.
- ¡Nena tienes que salir ya! - le avisó Thomas con su voz grave mientras golpeaba en la puerta.
- ¡Ya voy! - termino de subirse el vestido rojo, con escote en pico y ceñido. Había que aceptar que Alphonse era un diseñador de la talla de Gucci.
Se
atusó el cabello y pintó los labios de un rojo un poco más oscuro
que el vestido, se calzó unas bailarinas negras y salió para
recibir una ola de aplausos. Agradeció a todos, mientras abrazaba a
los clientes más cercanos. Después de la ronda de agradecimiento y
alabanzas se colocó la libreta en un pequeño bolsillo del vestido y
comenzó a hacer pedidos.
No
fue hasta entrada la media noche que reparó en un grupo de tres
personas. Dos hombres y una mujer. Los dos caballeros tenían el
cabello negro, facciones marcadas y varoniles, con barba de pocos
días y los ojos más verdes que había visto en su vida. La chica no
se quedaba atrás, cabello largo negro azabache con hondas, piel
tostada y ojos alargados de un color gris azulado. El cuadro de los
tres dejó sin hablar a Emily mucho antes de llegar a la mesa.
- Buenas noches. ¿Qué les pongo?- preguntó sacando su libreta y apuntando el número de la mesa y esperando el pedido.
- Dos Wisky con hielo.- habló la mujer, tenía una voz suave y grave.
- Yo quiero Wisky solo.- agregó el hombre que estaba apoyado en la pared.
Apuntó
todo y con una sonrisa se marchó a la barra. Sentía que él hombre
la miraba,podía imaginarse como se mordía el labio y la evaluaba de
forma sexual. Apretó los muslos y se concentró en hacer que su
cuerpo no reaccionara ante las testosterona de él. Aunque cuando
giró y se encontró con sus ojos verdes, todo su autoncontrol se
perdió.
- Ni lo mires, Emily. - le despertó de su trance la voz aguda de Alphonse.
En
menos de un minuto supo que Nicholas Bomer era el hijo primogénito
de la compañía financiera Bomer's and Family. Le informó también
que el hombre que se parecía a él, era su hermano pequeño Michelle
Bomer y la mujer de delante, era Jane Williams la prometida del
segundo. Al principio no entendió cual era le problema, pero cuando
le entregó las bebidas, reparó que Nicholas llevaba un anillo fino
en el dedo anular. Un frío le recorrió todo el cuerpo. Estaba
casado. Su sueño orgásmico se perdió en menos de una hora.
Esa
noche utilizó de todas sus fuerzas para no despertar sentimientos
hacía ese hombre, pero cada vez que sentía sus ojos sobre ella,
despertaba una sensación nueva, como si pudiera ver dentro de su
alma y desmontar cada una de sus corazas. Cuando todos se marcharon,
encontró en la mesa una tarjeta con su número de teléfono y en una
letra pequeña y corrida un: llámame.
Mientras
se ponía el pijama y se acomodaba en la cama se preguntaba si había
hecho bien en guardar esa pequeña e inofensiva tarjeta. Al cerrar
los ojos y dejarse caer en los brazos de Morfeo comprendió que no.
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