Perdón: Dos
Dos:
Llevaba
días paseando la tarjeta en el bolsillo. La había colocado ahí con
la firme intención de entregárselo a su propietario, y así
terminar la cadena de miradas incómodas, encuentros supuestamente
“casuales” y sobre todo, aquel nudo constante que se le formaba
cada vez que lo veía entrar al bar. Siempre vestía atractivo, con
su traje azul marino, su corbata negra y su caballera discretamente
desordenada. Sus labios finos se curvaban en una prepotente sonrisa
cuando ella daba un pequeño salto y huía a la calidez de la barra.
Sentía que ahí, el poder de su testosterona no podría alcanzarle.
Pero era simplemente una mera excusa para alejarse de él y no
entregarle la tarjeta.
Esa
misma escena se repetía día sí, día también. Excepto los lunes
que el bar mantenía sus puertas cerradas, pero aún así, él con su
gracia de adonis lograba encontrarla, en cualquier lugar que ella
estuviera. Si no fuera porque sabía que sus tutores de alma habían
prohibido a Nicholas acercársela, juraría que ellos obraban
milagros para que se encontraran. Si no era en una cafetería, en el
parque y así hasta que agobiada por tanto interés masculino huía a
su casa. Cada vez que cerraba la puerta detrás de ella, sentía que
las piernas le temblaban y que el corazón se le salía de la boca.
No era tonta, sabía que ese hombre le gustaba hasta lo más profundo
de su ser y a pesar de que se había jurado disfrutar cada momento,
de cualquier persona, sabía que ese hombre estaba vetado. Nicholas
Bomer, el atractivo empresario, estaba felizmente casado aunque
gozara de una vida sexual al margen de su esposa. Había días,
cuando él la acorralaba al salir del trabajo, que sentía una
profunda lástima por esa mujer y fantaseaba que si ella fuera la
esposa, jamás permitiría que aquel sexual hombre sintiera la
necesidad de flirtear con otras féminas. Era una idea bastante
prepotente, teniendo en cuenta que era más virgen que la virgen
María y que la única relación meramente sentimental que había
tenido, era con un compañero de instituto, que a esas alturas de la
vida estaba casado con dos hijos y uno en camino. Sus conocimientos
sobre el amor, el dominio de la seducción y su poder de atracción
eran tan inexistente como el de una piedra. Por eso, sentirse capaz
de hacer que ese hombre amara estar entre sus piernas, era una utopía
sexual.
El
reflejo del espejo demostraba a una mujer flacucha, pálida y sin más
carne que la meramente necesaria para no parecer un hueso. Su cabello
abundante y sus mejillas sonrosadas eran lo único que le animaba a
salir al escenario y hacer que ese Dios llamado Nicholas la mirara.
Era el único momento del día donde no se sentía mal en hacer que
ese atractivo ser la deseara. Se vistió con un vestido negro, con
tela fina y con un escote en uve un tanto sugerente. Si tuviera más
tetas, no le importaría lucir aquello, pero los sujetadores que
descansaban en la mesa era una humillante talla ochenta y cinco copa
A, así que con un alfiler redujo la largaría del corte y lo dejó a
unos cinco dedos de la clavícula. Dejaría que sus oyentes se
deleitaran con sus largas y torneadas piernas, en vez con su escaso
poder femenino. Antes de salir contempló como el vestido negro se le
ajustaba al cuerpo, sus ojos brillaban y la melodía de la canción
le ronroneaban en la cabeza. Sonrió a la flacucha del espejo y salió
a comerse el escenario.
Como
era usual el bar estaba repleto, todas las mesas ocupadas y la barra
llena de vasos a medio vaciar, con gente de pie y esperando
impaciente a que la música llenara el local. No tardó mucho en
deslizarse entre los clientes y subirse a la tarima, cogió su
guitarra saludó, nombro algunas personas en especial y comenzó a
cantar. Ese día la melodía era un poco más alegre que las
anteriores, la letra era sensual, seductora y sus movimientos sutiles
de caderas hacían que los hombres no supieran si concentrarse en su
voz o su cuerpo. A pesar de ser más hueso que carne, conocía el
efecto de su belleza y cuando no se sentía del todo fea, aprovechaba
y se lucía. Abrió los ojos unos minutos hasta encontrar los verdes
de él. A diferencia de los otros días no vestía su traje, tampoco
estaba peinado y su barba comenzaba a oscurecerse más. Dibujó una
sonrisa perversa cuando sus ojos se encontraron. Gimió para adentro,
intentando que el cambio de aire de sus pulmones no hicieran estragos
en su canción. Apartó la vista azorada y se concentró en mirar a
otras personas. Cuando terminó no espero a los aplausos habituales,
tampoco cantó un biss, más bien dejó la guitarra y huyó dentro de
los camerinos. Necesitaba unos minutos para volver a controlar sus
sentimientos y demás cosas. Estaba apunto de volver a salir cuando
la puerta se abrió y vio a un divertido y acalorado Nicholas
observándola con ojos de depredador. A ella se le olvidó respirar.
Entre otras cosas.
- ¿Siempre huyes?- quiso saber mientras se acercaba a ella, con pasos lentos y pesados. En cierto modo le estaba dando tiempo a salir corriendo.- ¿De qué huyes?- preguntó hasta detenerse a escasos metros de ella, rozando su nariz sobre la de ella y enviándole su aroma a chicle de menta mezclado con tabaco.
- No huyo.- mintió tan mal que la voz le salió como un gemido.
Él
volvió a sonreír y la acorraló en la pared. A pesar de que estaban
a una distancia muy corta, que podían olerse y sentir el corazón
del todo, no daba la impresión de que le estaba privando de su
espacio. Estaban lo suficiente cerca para tocarse, pero lo suficiente
separados para correr.
Nunca
antes había estado tan cerca de un hombre, y en cierto modo parecía
que él lo sabía. La contemplaba como si fuera un postre único,
aspiraba su aroma como intentando reconocer cada olor y contenía una
sonrisa como si fuera un niño feliz. No hacía nada, pero en cierto
modo lo estaba haciendo todo. Y en aquellos ojos verdes comprendió
que alguna vez debía cometer una locura ¿no?.
- Ojos que no ven, corazón que no siente.
Se
dijo antes de pasar sus brazos alrededor de su cuello y pegarse a sus
labios como si fueran unas gotas de agua para un sediento. Él le
correspondió con igual de pasión. Aplastó su pequeño cuerpo sobre
él, aspiró cada aroma que emanaba su cuerpo y se deleito con la
dulzura de sus labios. Por un momento se olvidó que era un hombre
casado, un hombre con experiencia y ante todo, se olvidó que era su
primera vez.
Nunca
se había sentido agobiada por sus tutores de alma, más bien siempre
le habían dado el espacio suficiente para que hiciera lo que
quisiera. Por eso, aún acostada sobre el pecho sudoroso de Nicholas,
sintiendo aún los restos de él en su interior y dejándose consolar
por el dulce susurró de su voz, supo que nadie la interrumpiría.
Como mucho un golpe de nudillos alertándola que debía salir o
alguna palabra de ánimo, pero ese día no hubo nada. No estaba
segura si habían visto que alguien había entrado a su camerino,
tampoco si sus gemidos y el golpeteo de sus caderas habían resonado
por el bar y mucho menos, sabía que había pasado. Estaba sumida en
un estado de embriagadez post coital que le nublaba el razonamiento y
tan sólo pensaba con sus instintos. A pesar de que sentía un leve
escozor entre las piernas, quería repetir, aunque con palabras
delicadas y suaves su instructor sexual le había pedido un relevo.
Al igual que ella, estaba tirado en el sofá, sudado y con su cabello
desordenado, los labios hinchados y un leve rubor en las mejillas. Si
un tercero entraba en esa habitación, no sabría decir quien de los
dos estaba mejor.
- ¿Te duele?- preguntó al fin, cuando su respiración se había tranquilizado y comenzaban a pensar con coherencia.
- No, sólo es algo incómodo. - murmuró comprobando su estado físico. Con cuidado se levantó de su pecho y salió del sofá, observó sus ingles que tenían un leve color rojo y una sonrisa pícara se dibujó en sus labios.- ¿Como saben las vírgenes?- preguntó divertida cuando vio que el se levantaba, se pasaba una toalla mojada por su pene descansado y ponía los pantalones.
- Mejor de lo que imaginaba.
Contestó
él mientras se terminaba de vestir y le daba un sonoro beso en los
labios. En silencio le ayudó a lavarse y a vestirse, arregló su
mata de pelos y comprobó que su aspecto volvía a ser el de una
chica correcta. Sonrió al comprobar que su rostro no podía ocultar
una sonrisa. Le volvió a besar y salieron de la habitación.
Por
suerte, tanto Alphonse como Thomas estaban demasiado ocupados
rellenando vasos y no se percataron de lo sucedido en el camerino.
Ella sonrió y entró a la barra, después de recibir algunos
comentarios agradables cogió su bandeja y comenzó su ronda de
trabajo. De reojo vio como Nicholas se sentaba en su habitual
asiento, sonreía divertido y hablaba con su hermano y la mujer de
él. Ninguno de los dos se giró al verla, por lo que dedujo que ese
pequeño encuentro sexual tan sólo se iba a quedar entre ellos. No
supo porque, pero eso le gustó. Le dedicó una tierna sonrisa cuando
le miró y siguió con su trabajo.
Al
salir de la ducha y arreglarse registró la ropa sucia hasta
encontrar el delantal sucio y manchado, buscó en el bolsillo y
rescató la pequeña y arrugada tarjeta. Leyó el número y con dedos
temblorosos le llamó. Después de dos piques la voz grave y sensual
de Nicholas respondió...
Kaath~!! Siento molestar ^^
ResponderEliminarYa he publicado la primera entrada de la iniciativa Union Blogger! *^* Recuerdo que se debe hacer una entrada mensual ( Aquí info sobre el contenido), he puesto un formulario en la nueva entrada para que me enviéis los links *^*
Siento el spam~ solo lo recuerdo por ser la primera vez jajaja byebye ^^
¡Hola! ¡Está bien me pondré hacer la iniciativa!
Eliminar:D