Perversión: Capítulo 5
Capítulo
5:
Al
abrir los ojos no se creía lo que estaba viendo. Tardó unos minutos
en recordar lo que había ocurrido la noche anterior, y otros tantos
en confirmar que no estaba soñando todavía. Se incorporó en el
colchón, cruzó los brazos sobre su pecho y contempló de forma
clínica aquel ser perfecto que dormía tranquilamente a su lado. El
cabello rizado oscuro le caía sobre los ojos, su labios carnosos
curvados en una tranquila sonrisa y su pecho con bello subía y
bajaba lentamente. Se frotó la cien intentando encontrarle alguna
explicación para poder decírsela cuando se levantara iracundo.
Había oído de su esposa que el susodicho tenía un mal despertar.
Se mordió el labio y deslizó sobre las sábanas hasta huir al baño.
Cerró la puerta con cuidado y entró en la ducha. Deseó que el
sonido del agua no despertara a la bestia. Todavía tenía que
taparse sus verguenzas, preparar café y pensar una buena excusa para
informar al hombre.
La
taza estaba demasiado caliente para su gusto, pero aún así no
apartó las manos. Aún no había logrado encontrarle sentido a lo
que estaba viviendo. Markus, el dios del sexo, había pasado la noche
con ella. Y no en cualquier lugar, sino en su casa. En su minúsculo
apartamento de una habitación, con una sala y una cocina. Buscó
ayuda en su peludo y felino amigo, que se lamía la pata
delicadamente, pero el animal parecía incluso más sorprendida que
ella de que ese sujeto estuviera ahí. Recordaba que entre caricias y
besos, el gato bufaba descontento a que otro macho entrara y tocara a
su dueña. No podía regañar al felino, porque después de su padre
él era el único macho en su vida, y que otro hombre interfiera no
podía ser nada bueno. Suspiró frustrada y miró la habitación
cerrada, esperando iluminarse e inventarse la mejor historia de su
vida. Estaba dispuesta a marcharse antes de que se levantara cuando
el timbre resonó por todas partes. Dio un pequeño salto y corrió
hasta la puerta, miró por la mirilla y gritó para adentro.
¿Papá?
¿Qué hacía ese hombre ahí? Antes de que volviera a tocar y
despertara a la bestia abrió la puerta, no sin antes inspeccionar
que no hubiera ninguna prenda masculina por el suelo y comprobar que
el olor a sexo había sido camuflado gracias al ambientador olor
piña.
- ¡Papi que sorpresa!- saludó mientras abrazaba al anciano hombre que la estrechaba en su pecho.
- Llevas días sin venir a vernos, tu madre ya piensa que nos meterás en una residencia.
Después
de oír en silencio la reprimenda de su padre pensó sinceramente en
la idea de ingresarlos en un casa de ancianos. Era verdad que ambos
se encontraban en plenas capacidades físicas, pero odiaba cuando se
entrometían en su vida, algo que estaba completamente segura que su
padre había venido hacer. Llevaba su traje de ejecutivo, con su
corbata naranja butano y la colonia que le había regalado la
anterior navidad. Esa indumentaria quería significar sólo una cosa.
- ¿Y tu pareja?- preguntó el anciano mientras miraba indiscretamente hacia la habitación.
- ¡Papá!- gritó y se acordó que no estaba sola en la casa. Se mordió el labio y se contuvo en cerrar la habitación. No quería llamar la atención.- ¡Soy cirujana! No tengo tiempo de relaciones ¿cuantas veces te lo he de decir?
Tardó
veinte minutos en conducir la conversación por otro camino, uno en
que no hubieran hombres, boda e hijos. No era un tema que le gustaba
hablar con un adulto de ochenta años, con una mentalidad antigua y
poca información sobre la vida de su hija. A decir verdad nadie la
conocía bien, y tampoco quería que la conociera ese día. No cuando
su compañero ardiente, sexual y casado dormía desnudo en su
habitación.
Ese
día su hada madrina estaba por el barrio, porque logró echar a su
padre antes de que Markus se despertara. Cuando cerró la puerta y se
apoyó sobre ella, observó como el invitado non grato salía de la
habitación, tan desnudo como vino al mundo, con una sugerente
erección y el ceño fruncido.
¿Y
ahora que coño le digo? Pensó
mientras se deslizaba a la diminuta cocina, servía una taza de café
y se la entregaba. La bestia no dijo nada, cogió la taza e ingirió
el líquido negro como si fuera agua. No hizo falta que dijera nada
para que volviera a servirle. Necesitaba que estuviera entretenido
mientras agitaba su cerebro para sacar unas imágenes de la noche
anterior. Lo máximo que consiguió fue recordar ocho magníficos
orgasmos, su ágil lengua en su vagina y sobre todo los Dame
todo, nena. Que le susurraba
lascivamente en el oído mientras ella gemía y se corría una y otra
vez. Ahora entendía porque estaba tan sedienta. Tanto sexo la había
deshidratado.
- ¿Tienes algo de comer?- preguntó el señor, mientras con su imponente y esbelto culo entraba a la cocina y registraba su nevera y despensa. Sacó harina, huevos y vainilla.
No
se consideraba una mujer de cocina. A decir verdad odiaba estar entre
los fogones. Realmente odiaba cualquier labor doméstica,
precisamente por eso tenía a Jennifer, una mujer regordeta y amable
que hacía toda las funciones que ella no quería. A pesar de tener
una cantidad ofensiva de dinero, le gustaba vivir en un apartamento
tamaño zapato, tenía todo a su alcanza y su amable amiga no tenía
tanto trabajo que hacer, por lo que se dedicaba a preparar suculentos
manjares. Por eso, que aquel sexual hombre estuviera cocinando le
resultaba extraño. No conocía a ningún cirujano capaz de rebajarse
a cocinar.
- Eres todo una caja de sorpresas, Dr. Krauff... - se mofó ella mientras contemplaba como agilmente apilaba cinco perfectas tortitas en un plato.
- No sólo follo bien, nena. - susurró con voz grave mientras se acercaba a ella, le daba un suculento beso sabor a café y le ofrecía asiento a su lado.
En
silencio desayunaron, leyeron el periódico y se vistieron.
Abandonaron el apartamento y compartieron auto hasta llegar al
hospital. Entrar codo con codo por urgencias, saludar a las
enfermeras curiosas y despedirse con un guiño de ojo fue algo
desconcertante. Cuando se encontró sola en el despacho, aún con la
sensación pesada en el estómago y el sabor del beso en sus labios,
se preguntó que coño había pasado. Posiblemente si no hubieran
irrumpido en su despacho cinco minutos después habría comenzado a
repasar la noche y ponerse enferma. Agradeció que Martin, el
enfermero encargado ese día le informara que tenía una urgencia.
Salió del despacho dejando su desconcierto escondido en algún lugar
y poco dispuesta a enfrentarse a ello.
Al
regresar a su zapato apartamento descubrió que la bestia había
olvidado sus boxers. Los cogió y lavó diligentemente junto a su
ropa interior y sábanas con restos de la noche de pasión. Mientras
veía como la ropa giraba y giraba, se dio cuenta lo muy feliz que
había sido. A pesar de la repentina visita de su padre, haber
desayunado junto a alguien había hecho que su aburrida y lasciva
vida tuviera un color diferente. Ese hombre no sólo había hecho
cruzar la línea de lo ético, sino también le había dado la
oportunidad de conocer algo que jamás le había interesado. Una
familia.
Dejó
la lavadora dando vuelas y caminó hasta la mesa, donde el
inteligente de su padre había dejado una nota y un sobre. Abrió la
nota y leyó...
Dale
una oportunidad, ¿vale?
Acaba
de divorciarse y está algo necesitado.
Es
amigo de la familia.
Te
quiere
Papá
Odiaba
que su padre hiciera de celestina. Desde que tuvo suficiente
consciencia de que tenía vagina, su padre y madre se habían
esforzado en buscar el candidato perfecto para su vida sexual, pero
nunca habían acertado con el candidato. Por eso, cuando cogió el
sobre no se veía del todo segura de aceptar aquella cita. Después
de todo ¿quien podía superar a Markus?
Abrió
el sobre y perdió el hipo cuando vio quien iba a ser su cita.
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