Pierrot: 9. Adiós
9.
Adiós:
Todos
los hombres de la corte estaban esperando detrás de la puerta, mientras las
criadas salían y entraban de la habitación. De vez en cuando se oía algún comentario
de una de ellas, otras los alaridos de dolor de Hinata y de vez en cuando,
alguna gemido por parte de las criadas.
La
Reina había comenzado a tener contracciones a media noche, todo el palacio se
había visto obligado a levantarse por el Rey, que tocaba todas las habitaciones
una tras otra, sin importarle molestar alguna visita sexual de sus
trabajadores. Así en poco tiempo, más de la mitad del palacio estaba en el
pasillo de la habitación real. Muchos de ellos aún llevaban sus ropas de
dormir, incluso el mismo Rey había salido tan sólo con los pantalones blancos
del pijama. Nadie hacía ningún comentario sobre aquello, puesto que el gobernante
parecía bastante preocupado por su mujer y cualquier comentario ácido, podría
costarle la cabeza, aunque realmente dudaran. Gaara no era sanguinario, aunque tenía
motivos suficientes para serlo. En los últimos meses del embarazo de su mujer,
más de un criado había soltado que su Reina tenía una relación con un miembro
del palacio, otras veces la encontraba a ella suspirando mirando a otro lugar,
y en lo que llevaban de mes no habían tenido relaciones sexuales. Sabía que su
mujer tenía el corazón en otra parte, conocía cada pequeña reacción de su mujer
y precisamente por eso, había decidido no cortarle la cabeza al desgraciado que
le había roto el corazón.
Paso
la mirada por el pasillo hasta encontrarse con la mirada preocupada del
Pierrot, al igual que él, lucia muy nervioso, caminando de un lado a otro y
rezando a Dios para que la criatura naciera sana y salva. Durante un minuto los
dos se miraron, sabiendo de la existencia de la relación del otro y aun así,
dándole fuerza al otro…
El
sol estaba comenzando a salir cuando se oyó un llanto al otro lado de la
puerta. Todos abrieron los ojos sorprendidos y cerraron los puños esperando
noticias. Así como estaban, al menos sabían que el sucesor a la corona estaba
bien, ya que lloraba con fuerza y parecía bastante sano. Las puertas se
abrieron y una de las criadas salió con aspecto pálido, sudando pero al ver a
su rey dibujo una sonrisa tranquila.
Aunque
la costumbre decía que todos debían saludar al heredero, Gaara les mandó a
todos a la cama y entró en la habitación. Hinata estaba tendida en la cama, con
la frente llena de sudor y sosteniendo en brazos a una preciosa niña de
cabellos azulados y ojos tan oscuros como la noche. En cierto modo, se alegró
de que la criatura se pareciera más a la madre que al padre. Si la niña se
hubiera parecido a Sasuke podría haber tenido un problema, pero ese no era el
caso.
En
silencio se acercó a la cama, se sentó a su lado y buscó a tientas la mano de
su esposa, que al sentirla se cerró en ella dando fuerzas.
- Gracias…- dijo con voz
débil.- Muchas gracias…- unas lágrimas le salieron de los ojos, enrojeciendo
las mejillas. En otras circunstancias esas lágrimas podían haber sido fácil, pero
lo que llevaba de tiempo casado con esa mujer, sabía que ella no lloraba en
vano.
- No me las des… tan sólo
limítate a cuidar a Haru. ¿De acuerdo?- sonrío y cogió en brazos a la niña.-
Hola… soy papá.
Hinata
se quedó mirando a su marido, con el corazón encogido y disfrutando con cierta
tranquilidad, que aquel hombre tuviera un corazón tan grande para perdonar. Les
dedicó una cansada sonrisa y sabiendo, que la pequeña Haru estaba en buenas
manos se dejó caer en un cansado e inquieto sueño.
Tengo las manos sudadas, estoy nerviosa y
asustada. No sé qué pasará, no sé como se lo tomara Gaara y mucho menos Sasuke,
pero tengo que hacerlo. Me toco la barriga grande y la acaricio.
Entro a la zona de los criados, busco en
silencio hasta llegar a una puerta con el pomo rojo. Sonrió ante la divertida
idea que había tenido Sasuke para que pudiera llegar a su habitación en el
pasado. Se me encoge el corazón en el pecho al saber que es la última vez que
voy a entrar a esa habitación y que veré esos ojos oscuros y plenamente felices
gracias a mí.
- Hinata, no te esperaba. – dice dejando el libro en la mesa y abriendo los brazos para recibirme en un
tierno abrazo.
- No pensaba venir… - a pesar de que muero por su amor, mantengo las
distancias.- pero… tengo algo que decirte.
- ¿Decirme?¿Qué tienes que decirme?- quiere saber mirándome con
sorpresa.
Cierro los puños alrededor de mi cuerpo y
tomo una gran bocanada de aire. Sé que le dolerá lo que le diré, también que no
se lo creerá, pero aún así tengo que hacerlo.
- Un amigo de Jiraiya necesita un mozo de cuadra en su casa… le he
hablado de ti y quiere que vayas a vivir con él cuanto antes. – sus ojos se
abrieron y la sonrisa tranquila desapareció.
- ¿Por qué debería irme? Estoy bien aquí y el Rey no sabe… lo
nuestro.
- No es una petición, te lo estoy diciendo como tu Reina…- frunzo el
ceño y levanto la barbilla para ponerme en mi posición superior.
- ¿Quieres que me vaya?
Los dos sabemos cuál es la respuesta, pero
no puedo decirla. Asiento controlando las lágrimas, me dirijo a la puerta para
salir antes de comenzar a llorar, cuando siento que su mano se cierra en mi
muñeca y tira de mí.
- Mi hijo…
- No lo es, es el heredero de la corona.
Sin más me suelto de su agarre y huyo de la
habitación. Corro lo máximo que puedo hasta llegar a mi torre, está muy
cambiada, pero aún así sigue teniendo esa mezcla de soledad y reconforte. Me
dejo caer en una butaca y comienzo a llorar. Esa era la última vez que lloro
por Sasuke, tiene que ser la última.
Abrió
los ojos agitada por el sueño, aunque más que sueño era el recuerdo de lo que
había pasado semanas atrás. Se lleva las manos a la cara y oculta su rostro
contraído por el dolor. Desde aquel día no lo había vuelto a ver, así era lo
mejor…
Estaba
dispuesta a volver a dormir cuando oye una voz familiar no muy lejos del
pasillo. Obviando las órdenes del médico se levantó de la cama, corrió hasta la
puerta y siguió la voz hasta encontrarse a Sasuke, hablando con Gaara y con
todas sus pertenencias a su lado…
- ¡Sasuke! – se le escapó.
El
nombrado la miró, le dedico una sonrisa triste y se alejó. El Rey que
contemplaba la situación se aproximó a ella y le sujetó la mano. No era para
impedir que se moviera, tampoco era un ruego… simplemente le estaba apoyando.
Su
marido le apoyaba para que se despidiera de su amante. Comenzó a llorar y dejó
que la figura se fuera alejando de ella. Las lágrimas grandes y calientes le
caían por las mejillas. No supo lo mal que se sentía, hasta que sintió un
líquido denso y caliente que se le deslizaba por las piernas. La mirada se le
fue borrando, cerró los ojos una vez para aclararse la vista y luchando contra
el sopor susurró…
- Adiós.
Adiós.
Fue lo único que logró decir antes de caer desmayada, sobre su sangre y los
brazos fuertes de su marido…
Comentarios
Publicar un comentario