Pierrot: 5. Reina
5. Reina:
Las ventanas de sus aposentos
estaban abiertas de par en par, de vez en cuando gracias a la
tormenta ésta se iluminaba. La lluvia era lo suficiente fuerte para
que se pudiera oír más que su propia respiración, por lo que el
sujeto se acercó a ella con pasos decididos, se puso a su lado y le
susurró algo. En ese momento toda la piel se le erizo, sentía que
un nudo se le formaba en el pecho y que todo el sufrimiento que había
estado teniendo sobre sus hombros hubiera desaparecido. Un relámpago
volvió a iluminar todo, el rostro de él se iluminó y en el no
aparecía ni rastro de arrepentimiento. Hinata podía jurar, que tan
sólo había orgullo. Uno que le hacía irrumpir en un castillo,
colarse entre los pasillos y llegar a ella. ¿Quién se había creído
que era? Una triste sonrisa se le dibujo en los labios y aguantó las
lágrimas. Sólo alguien como él lo podría hacer. No había nadie
más inútil y arriesgado que él.
El intruso, le beso en la mejilla
con dulzura y mucho sentimiento, antes de acercarse a la ventana y
saltar. Ese mismo instante las puertas se volvieron a abrir, pero esa
vez tan sólo era un acalorado rey que iba a poseer a su esposa...
La entrada del castillo estaba
llena de jinetes, algunas mujeres con lágrimas en los ojos, otras
con bebes en brazos y otras tanto, tan sólo escondidas detrás de
los muros, observando como los amores de su vida se iban para no
volver. Y ahí estaba su rey. Subido a un caballo negro, con armadura
de color rojo sangre y la expresión más serena que nadie podría
tener cuando cabalgaban a la muerte. En cierto modo, Hinata sabía
que su marido iba a volver, al igual que todos los soldados que se
iban a esa misión. Aunque ese dato, tan sólo lo sabía ella...
El rey habló con voz serena pero
dura y fuerte, mientras le prometía a los familiares de su ejército
que volvería, y lo harían con orgullo. Les juró que volvería y
antes de partir, miró a su esposa. Se bajó del caballo y le dio un
apasionado beso, mientras sus brazos se cerraban entorno de su
cintura...
- No... te dejaré salir de la cama
cuando vuelva. -le besó en la frente después de susurrarle eso. La
volvió a besar con pasión y subió a las monturas. Dio un grito y
todo el mundo comenzó a cabalgar.
La horda de jinetes pasaban a su
lado, pero al ser tan copiosa aún cuando volvía al palacio podía
ver como otros esperaban a su turno. Entre ellos reconoció a la
familia de Sasuke. Su madre lloraba abrazándo a Itachi, su
primogénito. El padre le miraba con orgullo y durante sólo un
segundo, supo que estaba rezando para que su hijo fuera un cobarde y
decidiera quedarse.
Caminó con pasos largos y
tranquilos hasta ponerse al lado de la familia Uchiha, todos lo
miraron atónita, aunque tan sólo capturo el dolor de una mirada.
Tembló y se abrazó el torso queriendo dar una figura altiva y
segura. Sabía que no estaba bien hacer eso, pero se sentía en deuda
con esa familia...
- Volverá, se lo juro. - habló
con voz de reina.- Mi esposo volverá con todos.- no miró a Sasuke,
tan sólo habló dirigiéndose a los ojos de la compungida madre.
Sin más se despidió con una leve
inclinación de cabeza y entró a su palacio. Cuando las puertas se
cerraron tras ella, las piernas le temblaron y cayó al suelo
llorando como si le hubieran acabado de decir que alguien había
muerto. Los criados asustados corrieron para ver que le ocurría a su
reina. Asumió que todos pensarían que estaba triste por la marcha
de su marido. Pero la verdad, era que lloraba por otra causa. La
expresión de Sasuke le había helado hasta el más profundo rincón
de su corazón...
Su amor por aquel joven la ponía
en riesgo, no sólo a ella sino a él mismo. Entendía ese
sentimiento, puesto que TenTen, la buena amada de su primo, siempre
ponía esa expresión cuando su marido salía al campo de batalla.
Ponía esa mirada cuando se colaba entre los pasillos de la mansión
Hyuga para poder unirse en un abrazo con él. El amor hacía que las
personas cometieran locuras, locuras que en cualquier otro momento,
otro siglo quizás, podrían considerarse valiosas... pero cuando la
cabeza de cada uno podía estar clavada en un palo... esas locuras
por amor, simplemente eran locuras.
Estaba sentada en el despacho real,
ojeando cientos de documentos y de vez en cuando mirando por la
ventana. Había pasado cuatro semanas desde la marcha de los
soldados junto su marido, y aún no habían noticias de ellos.
Comenzaba a pensar que todo lo que le había dicho él era una
mentira... pero era él, jamás mentiría. Aunque ya lo hizo una
vez...una voz malvada resonó en su cabeza. Tanto su parte cuerda
como malvada lo sabía, pero siempre había confiado en él y si
hacía algo así, sería por un buen motivo... y más si eso la podía
poner en riesgo. Cerró las manos sobre un documento, dónde ponían
los reinos que querían guerra...
- La Arena se alió con La Hoja
gracias a vuestro compromiso, alteza...- habló Jiraiya. Un viejo
consejero y bastante amigo de su esposo.- así que no tema por su
gente... pero La Roca y La lluvia...- se pasó la mano por su enorme
y nariz meditabundo- su primo perdió la vida luchando con ellos...-
le recordó- y el Rey va directo a La Lluvia... mi señora...-le
mira- necesito que actúe...
Lo cierto era que ya sabía que
hacer incluso antes de leer todos los documentos. Las palabras del
intruso habían sido bastante claras... La Hoja pretendía tumbar la
Arena, por eso necesitaba que todos los ejércitos estuvieran fuera,
para tener la entrada libre. Y claro estaba, contaría con la ayuda
de la reina para hacerlo. Se frotó las cienes y decidió tomarse el
resto del día libre. Al ser la gobernanta no tenía que dar
explicaciones de cuando se movía y por que, pero ese día le pidió
al consejero que la dejaran sola. Necesitaba pensar, como salvar a la
Arena, un lugar cálido y que la habían recibido como si hubiera
nacido ahí. Simplemente no podía dejar que su propia familiar le
jugara una mala pasada, y mucho menos si el maldito amor estaba por
medio... ella tenía derecho a saber que estaba vivo, aunque... ¿y
si todo estaba planeado?
Los jardines estaban en silencio,
todo el servicio y sus hijos estaban de descanso, algo que había
ordenado ella misma. Necesitaba que la gente llorara por su ejército,
no quería darles esperanzas falsas, aunque bien sabía que
volverían. Los de la Hoja eran retorcidos, bien lo sabía ella...
cuando atacaran, pensaban fingir que todo estaba bien, y cuando el
rey se sentara en su trono... Gimió y se calló al suelo llorando
como nunca antes lo había hecho. Sentía que los pulmones se
encogían en su pecho, mientras el corazón le golpeteaba tan fuerte
que le cortaba la poca respiración que tenía. Con la muerte de su
primo había llorado, pero perder a una persona era una cosa...y
perder a toda una familia era harina de otro costal. Lloró hasta que
el viento se volvió frío y el sol se oculto. No levantó la cabeza
hasta que unos brazos la rodearon desde la espalda. No hasta que
sintió el perfume de Sasuke, su cálido pecho y su respiración en
su oreja. Levantó la vista envuelta en lágrimas cuando sintió que
le acariciaba las mejillas con una expresión infeliz...
- No llores, alteza... no lloréis
Tenía tantas cosas en las que
pensar, tenía tantos sentimientos en el pecho y tantas cosas que
hacer que no podía sentir debilidad por aquel hombre. Pero cuando
sus labios se posaron sobre los de ella, todo dejó de tener
importancia. Sus labios exigían con fuerza que se apoderaran de
ella, sus manos recorriendo cada parte de su cuerpo y aquella enorme
erección que sentía aún con las exageradas capas del vestido...
todo el cuerpo de Sasuke, le estaba llamando y por muy reina que
fuera, también era una mujer y jodidamente... enamorada.
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