Pierrot: 4. Celos
4. Celos:
Desde aquel día en el estanque
todo fue diferente para ellos. Ya no les bastaban con las inocentes
miradas y los casi deseadas caricias. El jardín se les hacía
pequeño y las noches eternas. Tener que despedirse entre los
pasillos cada tarde era casi una tortura y fingir que no le
molestaban cuando otros provocaban alguna sonrisa. Se tenían, pero
sin llegar a tenerse realmente... A ambos la tentación les podía
más que la razón, aunque siempre que iban a cometer una locura, el
cuerpo se les tensaba y pensaban lo que significaría para el otro.
Si les pillaban Sasuke perdería su cabeza y a Hinata la desterrarán
y la humillarían antes de cortarle la cabeza. Ese pequeño juego les
podía costar la vida... pero aún así cada tarde, después del
almuerzo, cuando el rey se concentraba en temas de estados, visitaban
en secreto el jardín, para acariciarse y besarse como si al día
siguiente no hubiera un mañana.
- Esto ya no me basta...- le
susurra él a su oído- necesito más...- como si le doliera se
apartó de ella, deseando que su abultado pene no sobresaliera de sus
pantalones negros.
- Ni a mi...- siseó la reina con
la respiración agitada y con los lazos del vestidos medio desecho.
- Quiero más...- le miró con ojos
oscuros- pero...
- ...no puedes darle órdenes a tu
reina.
Esa conversación se había
repetido durante días, e incluso durante meses. Sus encuentros
furtivos cada vez eran más apasionados, y guardar la distancia ya
era casi un problema. Para su suerte y desgracia, el reino se estaba
enfrentando a un momento difícil. Los demás reinos querían entrar
en guerra con los invasores, pero eso suponía muchas muertes, gastos
para el reino y sobre todo, largos años de ausencia. En cierto modo
eso mantenía ocupado a Gaara, haciendo que no notara la diferencia
de su mujer, sobre todo, en ver como su rostro usualmente pálido
ahora lucía rojo, sus labios carnosos algo hinchados y su porte
distante más relajado. El pobre hombre tan sólo tenía la cabeza en
la estabilidad de su pueblo y ella, teniendo sueños húmedos con un
simple bufón... en cierto modo aquello le favorecía, pero si su
esposo se marchaba ella tendría que coger las riendas del reino y
eso supondría poner una barrera mucho más ancha y larga entre
Sasuke y ella, por lo que lo viera por dónde lo viera nada podía
salir bien.
Los días seguían pasando y la
amenaza de guerra cada vez se respiraba más en el ambiente. Los
encuentros furtivos con Sasuke habían finalizado absolutamente,
Hinata había comenzado a tomar lecciones para llevar el reino, por
lo que pasaba más tiempo con su marido y en cierto modo, comenzaba a
recordar porque había pasado por todo eso. Durante el año de luto,
él había estado con ella, secando sus lágrimas, abrazándola y
prestándole el apoyo que ella no le estaba dando en esos momentos de
dolor. Su reino, su hijo -como lo solía llamar él- se estaba
derrumbando y ella tan sólo había tenido ojos para aquel moreno
desconocido. Había olvidado su trabajo como reina, como esposa y
como mujer ¿Qué le había hecho?
- No podemos vernos más...- dijo
una tarde. Vestía con un vestido sin mangas, de color negro y
volantes. El corsé le apretaba los pechos haciendo que sobresalieran
un poco, la falda larga arrastraba las motas de polvo y su cabello
normalmente suelto apretado en un moño.
- Lo entiendo...- susurró el
moreno mirando al suelo.
Esa fue la última vez que
hablaron. Los días siguientes tan sólo se veían entre los
pasillos, pero realmente ni lo hacía. Sabían que el otro estaba por
el aroma, por el sonido de sus zapatos pisar por el suelo... o
simplemente porque ya habían llegado a una conexión tan directa que
no hacía falta los sentidos para saber dónde estaba el otro. A
medida que iban pasando los días, los terrenos del castillo se iban
llenando de soldados, las criadas pasaban mucho tiempo en la cocina y
las fiestas, banquetes y celebraciones se repetían cada noche. Eso
hacía que prácticamente cada día los amantes se vieran, pero
teniendo que apartar la mirada para no sentirse atraídos, para no
verse expuestos...
Todo aquello resultaba duro, pero
comenzó a empeorar cuando días antes de que los soldados partieran,
en el último gran banquete...
- Deberían darnos pronto un
heredero, altezas. - comentó uno de los consejeros que todavía no
estaba borracho.
- ¿Ahora?- le miró el rey algo
confuso mientras sujetaba con dulzura la mano de su esposa.- Dudo que
sea el mejor momento para pensar en crear una familia.
- Usted se irá a la guerra, mi
señor...- meditó el viejo- y si no volvéis... ¿Quién reinará?
A pesar de que el alcohol se había
terminado y la mayoría de personas estaban borrachos, al abrir ese
tema la sensación ebriedad se marchó por completo de la sala. Los
ancianos se miraban entre ellos, los jóvenes reían a escondidas y
la reina y el pierrot se miraron. Fue solo un segundo, pero bastó
para que una de las criadas más cercanas a la reina se diera cuenta.
Algo no estaba marchando bien, los reyes nunca habían consumado el
matrimonio. Bien lo sabía ella. A esas alturas de matrimonio, si se
daban cuenta de ese gran secreto de la realeza... el matrimonio
quedaría nulo y la reina debería volver a Konoha y con eso, el
reino de la arena se quedaría sin regente. Los que sabían ese
secreto se quedaron callados, meditando aquel importante detalle.
Gaara y Hinata se miraron con significado y Sasuke los miraba con el
corazón encogido. El amante jamás había logrado meter la mano bajo
las enaguas de la reina, aunque más de una vez ambos se habían
quedado en paños menores, pero siempre terminaban alejándose,
puesto que la virginidad de la reina le pertenecía al rey... y él
tan sólo era un simple bufón, un cero a la izquierda comparado con
Gaara. El rey, su rey, quien le había dado protección, abrigo y
trabajo a su familia. ¿Cómo quería quitarle lo único que el rey
apreciaba más que su vida?
Todos los soldados se habían ido a
sus respectivas casas, tenían que pasar la última noche con sus
familias, hacer cualquier cosa que debieran hacer y a la mañana
siguiente, a primera hora subir a sus caballos con armaduras e ir a
salvar la nación. El rey se dejó caer en su trono, después de una
copiosa comida y pidió a su reina que le dejara solo. Ella como
esposa obediente que se había vuelto, le dejó cumpliendo sus deseos
y caminó por los jardines oscuros, silenciosos y frescos. No tenía
ganas de ir a las habitaciones, sabía que significaba... y sobre
todo lo que pasaría si no quedaba en cinta. Era algo complicado,
puesto que ninguno antes había tenido sexo y no sabían si juntos
funcionarían, y mucho menos si ella era fértil o no. Demasiadas
dudas y preocupaciones invadieron su cabeza, por lo que no se enteró
cuando unas manos se cruzaron sobre su cintura y la atrajeron a un
cálido y fuerte cuerpo...
- No... lo hagas...- pidió en un
hilo de voz Sasuke, mientras sus brazos se cerraban al torno de la
cintura pequeña de ella.- por favor...
- No me pidas eso...- gimió
sintiendo como lágrimas calientes caían de sus ojos- por favor...
- Hinata...- suplicó.
Sus labios se rozaron una última
vez, antes que la anciana Chiyo les interrumpiera. Su expresión no
era de sorpresa, tampoco de desagrado, más bien expresaba una
terrible pena que heló el corazón a los dos. No se dijeron nada
cuando la anciana le sujetó la mano a la reina y le llevó a los
aposentos...
La esponja mojada le quitaba los
restos de sudor, mientras unas manos grandes y generosas le limpiaban
el pelo con esmero. Una vez su madre le había comentado que en la
noche de bodas, las criadas se esmeraban para dejar a la reina tan
apetecible que cualquier hombre caería tan sólo al verla. A pesar
que en cierto modo eso le hacía sentir importante, tenía la
sensación que la estaban llevando a la soga... Iba a pasar una noche
sexual con su marido, algo que debía haber hecho hacía años,
pero... era difícil cuando su corazón estaba muy lejos de ahí...
Si ella se sentía mal, ¿cómo se debía sentir él?
Un camisón de tela suave le cayó
hasta la cintura, mientras sus cabellos lisos y secos caían a cada
lado de su cuello. Tenía los labios ligeramente pintados y las
mejillas rojas por el calor y los nervios. Cuando las criadas junto a
Chiyo abandonaron la sala esperó con el corazón encogido en el
pecho a que su marido entrara a la habitación.
Una fuerte lluvia comenzó a caer,
al momento que una brisa gélida entró a la habitación las velas se
apagaron y las puertas se abrieron... el aroma de la persona que
entró a la habitación no era ni el de su marido ni el de su
amante...
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